sábado, 1 de noviembre de 2014

LA ISLA MÍNIMA




Acabo de ver recientemente la película de Alberto Rodríguez, y antes de que la impresión de su visionado se enfríe en mi mente y se pierda en el océano del recuerdo, me dispongo a dejar rápidamente por escrito las primeras reflexiones que esta obra ha provocado en mí. Las siguientes líneas no conforman, por tanto, una crítica exhaustiva y pormenorizada del film (para eso ya existen páginas especializadas en la materia); antes al contrario, son sólo unos breves apuntes esbozados a vuelapluma y con premura, en caliente, en los que voy a esforzarme en no revelar nada más que lo estrictamente necesario del argumento, para que así un hipotético futuro espectador no vea apenas mermado el efecto del film sobre su persona.

Para empezar, 'La isla mínima' es una película de una sencillez engañosa, que cuenta muchas más cosas de lo que parece a simple vista. Escondida bajo la apariencia de un thriller clásico, y moviéndose siempre dentro de los parámetros del cine negro, se agazapa una de las críticas sociales más devastadoras de la España de la transición que personalmente haya tenido la posibilidad de contemplar.

Año: 1980. Pedro (Raúl Arévalo) es un policía de mentalidad progresista que resulta expedientado después de haber escrito una carta abierta de protesta en un periódico de tirada nacional criticando a un general franquista. Por entonces, la joven y todavía inestable democracia española aún conservaba la cúpula militar del antiguo régimen dentro de sus fuerzas armadas, y el poder y la influencia del ejército seguía siendo enorme en la vida civil. Como consecuencia, Pedro es degradado y trasladado a una pequeña localidad andaluza en las marismas del Guadalquivir, literalmente en el culo del mundo. Un lugar del que todo hijo de vecino pretende escapar. Junto a él, Juan (un extraordinario Javier Gutiérrez que se merienda él sólo a todos sus compañeros de reparto) un policía con un pasado... un tanto oscuro, digámoslo así. En este marco de circunstancias, ambos personajes tendrán que investigar la desaparición de dos chicas adolescentes.

Los restos del pasado dictatorial en descomposición están aún muy presentes en la vida cotidiana del pueblo: pueden contemplarse en la pensión en la que se alojan los agentes o incluso en el cuartel local de la Guardia Civil, en el que el retrato del general Franco convive con el de un joven rey Don Juan Carlos. Los aires renovadores de la democracia aún no han llegado a este rincón de la Andalucía más atávica, cuya población de jornaleros en huelga todavía se ve sometida al cacique local, un terrateniente que se niega a pagar un jornal digno a sus trabajadores. De ahí a los sucesos de Marinaleda de principios de los 80 no hay más que un paso.

En ese sentido, la escena final en la que Pedro rompe la fotografía de Juan (y quien haya visto la película sabrá a qué me refiero) supone una enorme y acertada METÁFORA sobre la transición: nunca fue ese gran pacto modélico impulsado por el espíritu de la concordia y la reconciliación nacional que la propaganda oficial nos ha tratado de vender reiteradamente. No fue más que un pacto de silencio en el que la mayor parte de la población se vio obligada a mirar para otro lado bajo coacción. Los militares accedieron a abrir la mano y permitir la democracia a cambio de impunidad para los crímenes franquistas. La transición supuso la compra de la democracia a cambio del olvido. Hemos pagado un alto precio por ella bajo la excusa de no reabrir viejas heridas, heridas que cicatrizaron en falso. Las cunetas de nuestras carreteras todavía están llenas con los cadáveres de los olvidados que esperan justicia.

'La isla mínima' es un ejemplo de lo que el buen cine es capaz de hacer: explicarnos nuestra propia historia de manera sutil, quienes fuimos y qué somos hoy día, sin moralinas ni maniqueísmos. Y lo que es más importante: respetando al espectador sin aburrirlo. Sin duda nos encontramos ante la mejor película española del año... y posiblemente de los últimos 5 años. Quizás después de verla el espectador llegue a comprender el caldo de cultivo que ha propiciado durante décadas la enorme proliferación de casos de corrupción que afloran actualmente en nuestro país.

2 comentarios:

Carlos J. Eguren dijo...

Vale, me has convencido. Tengo que verla. Me había llamado la atención, pero me ha gustado lo que leo que comentas de ella. A ver qué tal.

Hombre de Trapo dijo...

Caramba, qué poder de persuasión el mío. Me alegra haber convencido a alguien de ir a ver esta extraordinaria película. Cuando lo hagas, no dejes de pasarte por aquí para ver qué te ha parecido.

¡Saludos!