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martes, 15 de marzo de 2016

EL MUCHACHO INCA - RAFAEL MARÍN (1993)



Editorial: Miraguano Ediciones.
1ª Edición: Madrid, 01-05-1993.
Colección: La Cuna de Ulises nº 19.
Encuadernación: Rústica.
Dimensiones: De bolsillo (19x13 cm.).
Número de páginas: 144.
Ilustración de portada: Rafael Estrada.
Precio: 1.500 pesetas (9,02 €).

Sinopsis argumental: "En este libro se narra la historia de un muchacho inca y de su padre, un poderoso conquistador español. Y de un marañón enloquecido y su esclavo negro, dueños del mapa tatuado de la fabulosa Montaña del Trueno, donde cuentan que viven hombres con rostro de puma cuyos sacerdotes obran prodigios durante sus ofrendas al sol.
     Una aventura fantástica en la que las leyendas y los mitos que impulsaron la Conquista de América se hacen reales, y el brillo del oro se entrecruza no sólo con el filo del acero sino también con el afán de conocimiento.
       La historia como no fue. Pero como sin duda debería haber sido."

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"El Muchacho Inca" es una de las obras menos leídas y por tanto más desconocidas en la bibliografía del escritor y guionista gaditano Rafael Marín (1959), autor con el que sobran las presentaciones. Publicada en el año 1993 al albur de los fastos de la Conmemoración del Vº Centenario del descubrimiento de América, la lectura de esta novela corta (que no menor) ha supuesto una auténtica revelación para quien esto escribe, aupándose rápidamente a los primeros puestos en mi ranking personal de preferencias entre los libros de Marín (tan sólo por detrás de "La Leyenda del Navegante", su auténtica obra maestra, por más que otros títulos como "Lágrimas de Luz" o "Mundo de Dioses" tengan más fama). El hecho de haber sido publicada dentro de una colección de literatura juvenil sin duda no benefició la trayectoria editorial y comercial del libro, al que la etiqueta (o estigma, según se mire) de "libro para jóvenes" se le queda claramente pequeña. "El Muchacho Inca" (como "El Libro de la Selva", "Colmillo Blanco" o "Un Capitán de Quince Años") es literatura clásica de aventuras para todas las edades, y la sensibilidad y el cariz de algunos de los temas que aborda es a todas luces adulto.

Asombran el rigor y la profundidad con que el autor se documenta históricamente para escribir esta obra (como no podía ser de otra manera, tratándose también en parte de novela histórica). Multitud de datos y referencias trufan las páginas del libro, lo que sin duda hará las delicias de los amantes de la Historia de la Exploración de las Indias (como yo), aunque nunca sin llegar a agobiar al lector ni dificultar el seguimiento del argumento. Por ejemplo, ¿sabían ustedes que los incas, a pesar de haber sido artífices de un vasto imperio y estar muy avanzados en ciencias como la astronomía, desconocían el uso de la rueda?

La mitología también juega un papel importante en la trama, y Marín hace alarde de conocer en profundidad las leyendas y el panteón de deidades incaicas: Inti, Mamaquilla, Viracocha, Ayar Manco, Mama Ocllo, Illapa, Pachamama... (con la cristianización de las tribus indígenas, muchos de estos dioses pasaron a ser identificados con santos y vírgenes católicos gracias al sincretismo). Más sorprendente aún resulta el abundante uso que Marín hace de palabras y expresiones en quechua, la lengua amerindia que en tiempos de la colonización del Nuevo Mundo hablaban los habitantes de la región de Cuzco, y que en la actualidad sigue hablándose en zonas aisladas de Perú, Colombia, Ecuador, Bolivia o Chile. ¿Contaría el autor con alguien que le asesorara en esta lengua en el momento de escribir la novela?

El libro lega además para la posteridad uno de los personajes más memorables y carismáticos de la carrera literaria del novelista gaditano: el marañón Rodrigo Hernández de Zamora, soldado y aventurero olvidado por su rey y por su patria, hambriento y escuálido mercenario buscador de riquezas que en su miseria, hundimiento y locura simboliza el triste futuro que le aguardaba a ese Imperio Español en el que "jamás se ponía el sol".

Pero por encima de todo está el uso que el escritor hace de las palabras, la exuberancia poética del lenguaje. Rafael Marín es uno de esos literatos de los que gusta leer hasta la lista de la compra, por más que el propio autor intente en ocasiones rebajar conscientemente la pureza e intensidad de su literatura. Supone un auténtico placer degustar sus frases llenas de ritmo interno, de musicalidad. Los párrafos y las páginas se suceden suavemente, deslizándose sin darnos cuenta a través de ellas, sin esfuerzo alguno por parte del lector.

Si hubiera que ponerle un único pero a la novela sería que, en su último tercio, la historia da un viraje hacia la ciencia-ficción (en una muestra de la querencia del señor Marín por el género que se lo ha dado todo). No es que no se viera venir, pero en mi opinión este giro de tinte fantástico (inevitable pensar en la figura de Erich von Däniken) estropea un poco lo que hasta el momento venía siendo una novela de aventuras ejemplar. Cierto es que la obra resulta en sí misma un canto al mestizaje, pero no siempre el -ahora tan de moda- cruce de géneros termina siendo la mejor opción. El final de la novela dejaba la puerta abierta para que el narrador y personaje principal (el muchacho mestizo de ojos azules llamado Ancay por los incas, Diego por los españoles y finalmente Crisol) protagonizase toda una serie de secuelas literarias a poco que el éxito hubiese acompañado. Una auténtica lástima que no fuera así.

A pesar de lo ya mencionado, la novela supone un verdadero deleite, en el que no importa tanto el destino final a alcanzar como disfrutar del viaje. Ya lo dice en el libro el personaje del corregidor don Rafael de Estrada y Purullena, al explicar la leyenda del Santo Grial: "Más importante que el hallazgo es la búsqueda".

miércoles, 4 de marzo de 2015

ALAN MOORE: TERRIBLE SIMETRÍA




El texto que van a leer ustedes a continuación, titulado 'Symmetry becomes it', fue escrito por Alan Moore (sobran las presentaciones) exclusivamente para la edición española de la obra 'Magical Mistery Moore' (Sulaco Ediciones2000) un álbum que adaptaba al cómic las letras de las canciones que el barbudo de Northampton había compuesto a lo largo de los años para algunas bandas de rock. Lo peculiar de este escrito es que está elaborado de manera simétrica, es decir, que se trata de un enorme palíndromo. El texto en inglés que se lee hasta llegar a la palabra ASMODEUS (justo en el eje central del mismo) se repite a partir de ahí pero situando las palabras en orden estrictamente inverso, de atrás hacia delante. Esto es posible debido a que el idioma inglés es una lengua mucho más flexible y maleable que el castellano (bastante más rígido) que permite la elipsis de artículos y preposiciones y que incluso posibilita la utilización de una misma palabra como sustantivo o como verbo dependiendo del contexto. Esta diferencia impedía que la simetría del escrito de Moore pudiera ser duplicada en castellano, si bien el traductor del mismo (Lorenzo F. Díaz) procuró utilizar los mismos términos en ambas "partes" del texto para dar una idea aproximada del efecto buscado por el autor. Y yo no puedo dejar de sudar al pensar en la ingente cantidad de horas que Moore debió emplear en la confección de este escrito, un enorme rompecabezas...


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"SYMMETRY BECOMES IT.

   Come to ruin our impending feast, a presence that nourishes suffering. All things below voice his burning name. His turmoil offers only truth in which longer moments live. Let consciousness recapture the flicker it saw then.

   Torch our continuity of thought now, until that mind evaporates. Lust after shadows in us. Rend that lace of promises broken and white lies. Regard our love of wreckage; the way our heads thunder, approaching that warning pulse and temple of throbbing light that is ASMODEUS.

   ASMODEUS is that light throbbing of temple and pulse, warning that approaching thunder heads our way. The wreckage of love. Our regard lies white and broken. Promises of lace that rend us, in shadows, after lust evaporates.

   Mind that until now thought of continuity, our torch, then saw it flicker, the recapture: consciousness let live moments longer, which in truth only offers turmoil. His name burning, his voice below things. All suffering nourishes that presence, a feast impending, our ruin to come.

IT BECOMES SYMMETRY."

Alan Moore.

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"ESO ACABA SIENDO SIMETRÍA.

   A arruinar nuestro inminente festín viene una presencia que aumenta el sufrimiento. Todas las cosas bajas gritan su ardiente nombre. Su caos ofrece sólo esa verdad en la que perviven momentos duraderos. Que la consciencia recapture la vacilante llama que vio.

   Ya que consume la continuidad de nuestro pensamiento hasta evaporar esa mente. Acecha con deseo a las sombras que hay en nosotros. Destroza ese encaje de promesas rotas y blancas mentiras. Contempla nuestro amor en ruinas; la forma que atruena en nuestras cabezas, asemejándose a ese latido de aviso, ese templo de palpitante luz que es ASMODEO.

   ASMODEO es esa luz palpitante, ese templo que late avisando que ese trueno cercano se encamina hacia aquí. Las ruinas del amor. Nuestra mirada yace blanca y rota. Promesas de encaje que nos destrozan en sombras cuando el deseo se evapora.

   Tenlo en cuenta y piensa en su continuidad, después ve su llama vacilante, su recaptura: es la consciencia que hace que los momentos pervivan duraderos, aquellos que en verdad sólo ofrecen caos. Su nombre ardiente, su voz bajo las cosas. Todo sufrimiento aumenta su presencia, en un festín inminente que es nuestra ruina venidera.


LA SIMETRÍA ACABA SIENDO ESO."

Traducción: Lorenzo Díaz.

miércoles, 18 de febrero de 2015

"¡ARREPIÉNTETE, ARLEQUÍN!"
DIJO EL SEÑOR TICTAC - HARLAN ELLISON (1965)




Un nuevo relato corto de Harlan Ellison que posteamos en el blog (el segundo tras "No tengo boca, y debo gritar"), publicado por primera vez en las páginas de la revista americana 'Galaxy' y ganador de los prestigiosos premios Hugo y Nébula de 1966, con la dictadura y la tiranía del tiempo como leitmotiv principal de la obra.

"Piensa en esto: cuando te regalan un reloj [...] no te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes. [...] Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben- [...] la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. [...] No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj".

Historias de Cronopios y Famas (1962).


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"ARREPIÉNTETE, ARLEQUÍN" DIJO EL SEÑOR TICTAC

   Nunca falta quien pregunta: «¿De qué se trata?» Para los que siempre necesitan preguntar, para aquellos a quienes siempre hay que decir las cosas con todas las letras, y que necesitan saber «dónde posan los pies», va esto:

   "La mayoría de los hombres sirve al Estado, no como hombres principalmente, sino como máquinas: con sus cuerpos. Son el ejército en pie, las milicias, los celadores, los policías, las fuerzas de la ley, etc. En muchos casos, no hay ningún ejercicio libre del juicio, o del sentido moral; estos hombres se ponen al mismo nivel que la madera, la tierra y las piedras; acaso tal vez  puedan fabricarse hombres de madera que sirvan a los mismos fines. No inspiran más respeto que un títere o que un trozo de tierra. Su valor es igual al de los perros o los caballos. Sin embargo, se les suele considerar buenos ciudadanos. Otros -en su mayoría legisladores, políticos, juristas, ministros y funcionarios- sirven al Estado principalmente con su mente; y, dado que muy rara vez hacen distinciones morales, son tan proclives a servir al Diablo, sin quererlo, como a Dios. Muy pocos, como los héroes, los patriotas, los mártires, los reformistas en el sentido más elevado, y los «hombres», sirven al Estado también con sus conciencias, y así, necesariamente, se le oponen casi constantemente; por lo general, el Estado suele tratarlos como a enemigos".

HENRY DAVID THOREAU, 'Desobediencia civil'.

   Allí está la raíz de todo. Ahora comencemos por el medio, y luego sepamos el principio; el final se encargará de sí mismo.

   Pero debido a que el mundo era precisamente así, precisamente como dejaron que llegase a ser, durante meses sus actividades no atrajeron la atención de Los-que-mantienen-la-maquinaria-funcionando-normalmente, de los que engrasaban con el mejor lubricante los resortes y muelles de la cultura. Sólo cuando fue evidente que, de algún modo, vaya a saberse cómo, se había convertido en una celebridad, en una notoriedad, acaso en un héroe («sujeto a quien la Oficialidad inevitablemente persigue») para «un segmento emocionalmente perturbado del populacho», sólo entonces fueron a ver al señor TicTac y a su maquinaria legal. Pero, por ser el mundo como era y porque no tenían forma de predecir que él llegaría a existir -posiblemente un rebrote de alguna enfermedad erradicada largo tiempo atrás que ahora volvía a surgir en un sistema donde la inmunidad había quedado en el olvido- posiblemente por eso se le había dejado adquirir demasiada realidad. Ya tenía forma y sustancia.

   Había adquirido una personalidad, algo que habían erradicado del sistema muchas décadas atrás. Pero allí estaba, con su personalidad insoslayable y definida. En ciertos círculos de la clase media, tener personalidad era considerado una vulgar ostentación. De mal gusto. Anarquista. Vergonzosa. En otros, sólo había risitas: los estratos donde el pensamiento se reducía a la forma y el ritual, a lo apropiado y conveniente. Pero más abajo, ah, más abajo, donde la gente pedía santos y pecadores, pan y circo, héroes y villanos, se le consideraba un Bolívar, un Napoleón, un Robin Hood, un Dick Bong (As de Ases), un Jesús, un Jomo Kenyatta. Quienes quiera que fuesen, por supuesto.

   Y arriba -donde cada temblor y vibración amenaza con arrancar a los ricos, poderosos y nobles de sus mástiles- se le veía como a un peligro para el statu quo, como a un hereje, un rebelde o una desgracia. Se le conocía en el fondo, en el centro, pero las reacciones importantes se producían mucho más arriba, y por debajo. En la cúspide y en el extremo inferior.

   De modo que buscaron la carpeta con su expediente, su tarjeta de tiempo y su cardioplaca, y llevaron todo al despacho del señor TicTac.

   El señor TicTac: muy por encima del metro ochenta, adusto, un hombre suave y satisfecho cuando las cosas sucedían a su tiempo. El señor TicTac.

   Aún en los cubículos de la jerarquía, donde el temor se generaba pero pocas veces se sufría, lo llamaban el señor TicTac. Pero nadie se lo decía ante la máscara.

   Uno no llama a un hombre con un mote aborrecido cuando, detrás de su máscara, ese hombre es capaz de revocar los minutos, las horas, los días y las noches, los años de su vida. En su presencia, había que llamarlo Maestro Custodio del Tiempo. Así era más seguro.

-Aquí dice qué es -observó el señor TicTac con genuina suavidad- pero no quién es. Esta tarjeta de tiempo que tengo en la mano izquierda contiene un nombre, pero es el nombre de lo que es, no de quién es. La cardioplaca que sostengo en la derecha también contiene un nombre, pero sólo de lo que es, no de quién es. Para poder efectuar la debida revocación, necesito saber quién es éste que es.

   Y dijo a sus funcionarios, a los fisgones, a los delatores, a los soplones, a los espías, a los mirones:

-¿Quién es este Arlequín?

   Ya no hablaba con voz tan suave. Parecía el tictac de un reloj.

   Sin embargo, nunca le habían oído decir un discurso tan largo de un tirón. Ni los funcionarios, ni los fisgones, ni los delatores, ni los soplones, ni los espías. Los mirones no, porque casi nunca andaban por ahí y no sabían nada. Pero incluso ellos salieron disparados a averiguarlo.

   ¿Quién era el Arlequín?

   En lo alto, sobre el tercer nivel de la ciudad, se acurrucó sobre la plataforma vibrante, de marco de aluminio, de la aeronave (¡Bah! ¡Aeronave, las cosas que hay que oír! ¡Es un aeropatín que parece una coctelera! ¡Barato y mal acabado! - Harlan), y observó el minucioso diseño Mondrian de los edificios.

   Cerca de allí, oyó el metronómico izquierda-derecha-izquierda del turno de las 14:47 que ingresaba en la planta de cojinetes Timkin, todos ataviados con zapatillas de suela de goma. Precisamente un minuto después, oyó el derecha-izquierda-derecha, algo más suave, del turno de las 5:00 que terminaba la jornada.

   Una sonrisa traviesa surcó sus rasgos bronceados y, por un instante, se le vieron los hoyuelos. Luego, mientras se rascaba la cabellera tupida y castaña, se encogió de hombros bajo el disfraz de bufón, como si se preparara para lo que vendría. Empujó el mando hacia delante y se inclinó hacia el viento cuando la aeronave perdió altura. Casi rozó una acera, y con toda deliberación lo hizo descender un metro para arrugar las borlas de las peripuestas damas, y tras meterse los pulgares en las inmensas orejas, asomó la lengua, miró hacia arriba y se burló de ellas sin ningún rubor. Se divirtió un poco. Una transeúnte perdió el equilibrio y cayó, lanzando paquetes a diestro y siniestro; otra se mojó la ropa, una tercera se desmayó y cayó de lado: la cinta peatonal se detuvo automáticamente cuando intervinieron los socorristas para reanimarla. Se divirtió otro poco.

   Luego giró sobre sí y se alejó montado en una ráfaga errante. ¡Hasta luego!

   Rodeó la cornisa del Edificio de Estudios sobre la Traslación del Tiempo, y vio que el turno de empleados partía para abordar la cinta peatonal. Con desplazamientos experimentados y absoluta conservación del movimiento, se introducían de lado en la banda lenta y (en una coreografía que recordaba una película de Busby Berkeley de la antediluviana década de 1930) avanzaban a través de las cintas con paso de avestruz hasta que quedaban alineados sobre la cinta expreso.

   Una vez más, expectante, dejó asomar la sonrisa de duende. En el lado izquierdo, al fondo, le faltaba una muela. Perdió altura, se abalanzó sobre ellos y barrió el aire sobre sus cabezas. Luego, apretujándose dentro de la aeronave, soltó las hebillas que aseguraban los extremos de los sacos de factura casera para que la carga no cayese antes de tiempo. A medida que las hebillas fueron abriéndose, mientras la aeronave pasaba sobre los obreros de la fábrica, ciento cincuenta mil dólares en gominolas cayeron formando una cascada sobre la cinta expreso.

   ¡Gominolas! Miles de millones de caramelos púrpura, amarillos, verdes, con sabor a uva, fresa y menta, redondas, suaves, azucaradas por fuera, tiernas y carnosas por dentro, dulces y sabrosas. Saltando, sacudiéndose, rebotando, tintineando, repiqueteando, cayeron sobre las cabezas, los hombros, los cascos y las corazas de los obreros de la planta Timkin, ensordecedoras, saltarinas y resbaladizas sobre las cintas peatonales y bajo los pies, colmando el cielo con todos los tonos de la felicidad, la infancia y las vacaciones, cayendo copiosamente como una lluvia impenetrable, como una catarata sólida, como un torrente de color y dulzura que derramara el firmamento para irrumpir en un universo de cordura y orden metronómico con la novedad medio lunática de lo inverosímil. ¡Gominolas!

   Los obreros del turno gritaron y rieron mientras los apedreaba el insólito granizo. Rompieron filas mientras las golosinas lograban abrirse paso por entre el mecanismo de las cintas. Se oyó un arañazo horripilante, como si millones de uñas rasparan un millón de pizarras. Después, algo que pareció una tos y un escupitajo. De pronto, las cintas se detuvieron y la gente salió disparada por aquí y por allá en un revuelo de piernas y brazos, mientras todo el mundo reía a mandíbula batiente y se arrojaban gominolas de colorines a la boca. Era una fiesta, una dicha, una absoluta locura, un regalo. Pero...

   El turno se retrasó siete minutos.

   La gente regresó al hogar siete minutos más tarde.

   El programa maestro llevaba un desfase de siete minutos.

   Durante siete minutos, las estimaciones de producción se retrasaron por culpa de las cintas peatonales detenidas.

   Él empujó la primera ficha de dominó de la hilera y, una tras otra, fueron cayendo las demás, chic, chic, chic.

   El Sistema se alteró por valor de siete minutos. Era una cuestión ínfima, apenas digna de mención, pero en una sociedad en que la única fuerza motriz era el orden, la unidad, la igualdad, la rapidez, la precisión de reloj, la atención al reloj, la veneración a los dioses que regían el paso del tiempo, fue un desastre de consideración.

   Así pues, le ordenaron que se presentara ante el señor TicTac. La noticia fue transmitida por todos los canales de la red de comunicación. Se le ordenó que estuviese allí a las 7:00 en punto. Ellos esperaron y esperaron, pero él sólo se presentó a las diez y media, hora en que se limitó a cantar una tonada sobre la luna en un sitio del que nadie había oído hablar, llamado Vermont, y volvió a desaparecer. Pero lo habían estado esperando desde las siete, y eso causó auténticos estragos en su programa. De modo que la pregunta siguió sin respuesta: ¿Quién era el Arlequín?

   Pero lo que nadie preguntó (más importante aún que lo otro) fue: ¿cómo hemos llegado a esta situación, en que un bufón irresponsable y jocoso, de jerga y jerigonza, es capaz de perturbar toda nuestra vida económica y cultural con ciento cincuenta mil dólares en gominolas...?

   ¡Gominolas, por el amor de Dios! ¡Pero si es una locura!

   ¿Dónde habrá conseguido el dinero para comprar ciento cincuenta mil dólares en gominolas? (Sabían que debía de haberle costado eso, pues un equipo de Analistas de Situación abandonaron cualquier otra tarea y corrieron a las cintas peatonales para recoger y contar los dulces, y para obtener evidencias, lo cual perturbó su propio programa y puso patas arriba toda su sección al menos durante una jornada de trabajo.) ¡Gominolas! ¿Gominolas? ¡Un segundo! (segundo del que hubo que dar cuenta). Hace cien años que no se fabrican gominolas. ¿Dónde las habrá conseguido?

   Ésa es otra pregunta interesante. Aunque, con toda seguridad, la respuesta nunca os satisfará por completo. Pero, al fin y al cabo, ¿cuántas respuestas lo logran?

   Ya conocéis el medio. Aquí va el comienzo. Todo empezó así:

   Una agenda. Día por día, página por página. 9:00 (abrir la correspondencia). 9:45 (cita con la comisión de planeamiento). 10:30 (analizar con J. L. los diagramas de progreso en la instalación). 11:45 (orar para que llueva). 12:00 (almuerzo). Etcétera, etcétera.

   «Lo siento, señorita Grant, pero la hora para las entrevistas se fijó a las 14:30, y ya son casi las cinco. Lamento que se haya retrasado, pero así son las reglas. Tendrá que esperar hasta el próximo año para poder presentar la solicitud de ingreso en este colegio.» Etcétera, etcétera.

   El tren local de las 10:10 tiene paradas en Cresthaven, Galesville, Tonawanda Junction, Selby y Farnhurst, pero no en Indiana City, Lucasville y Colton, salvo los Domingos. El expreso de las 10:35 para en Galesville, Selby e Indiana City, salvo Domingos y festivos, días en los cuales para en... Etcétera, etcétera.

   «No pude esperarte, Fred. Tenía que estar en casa de Pierre Cartain a las15:00, y tú dijiste que nos encontraríamos bajo el reloj de la estación a las 14:45. Como no estabas allí, me fui. Siempre llegas tarde, Fred. Si hubieras estado a la hora convenida, habríamos podido arreglar el asunto juntos, pero como no llegaste a tiempo, pues... tuve que hacer el encargo sólo a mi nombre...» Etcétera, etcétera.

   «Queridos Sr. y Sra. Atterley: Con referencia a la constante impuntualidad de su hijo Gerald, nos vemos en la obligación de expulsarlo de la escuela a menos que pueda instaurarse algún método más riguroso para asegurar que llegue a sus clases a la hora debida. Dado que es un estudiante ejemplar y que sus notas son altas, su constante alteración de los programas y horarios nos impide mantenerlo en un sistema donde los demás niños parecen capaces de llegar adonde deben con puntualidad, y etcétera, etcétera.»

   NO PODRÁ VOTAR SI NO SE PRESENTA A LAS 8:45.

   «¡No me importa que el guión sea bueno! ¡Lo necesito el Jueves!»

   HORARIO DE SALIDA: 14:00.

   «Ha llegado usted tarde. El empleo está ya ocupado. Lo siento.»

   SE HAN DESCONTADO DE SU SUELDO VEINTE MINUTOS DE TIEMPO PERDIDO.

   «¡Dios mío! ¡Qué tarde se ha hecho, tengo que salir pitando!»

   Etcétera. Etcétera. Etcétera. Etcétera cétera cétera tera tera tictac tictac tictac hasta que llega el día en que el tiempo ya no está a nuestro servicio, sino que nosotros comenzamos a servir al tiempo, a ser esclavos de los horarios, pastores del paso del sol por el firmamento, sujetos a una vida tejida en torno de restricciones, porque el sistema no funciona si no respetamos los programas como corresponde.

   Hasta que llegar tarde pasa a ser más que un pequeño inconveniente. Se convierte en un pecado. Luego, en un delito. Más tarde en un crimen que se castiga así:

   «EL 15 DE JULIO DE 2.389 A LAS 0:00*00, el Departamento del Maestro Custodio del Tiempo requerirá que todos los ciudadanos entreguen sus tarjetas de tiempo y cardioplacas para su procesamiento. Según el Estatuto 555-7-SGH-999, que reglamenta la revocación de tiempo per cápita, todas las cardioplacas se ajustarán a cada titular, y...»

   En realidad crearon un método para cercenar la extensión de vida de las personas. Si uno se retrasaba diez minutos, perdía diez minutos de vida. Una hora de retraso merecía idéntico lapso de revocación. Si alguien persistía en su impuntualidad, podía encontrarse con que, un domingo a la noche, llegaba una notificación del Maestro Custodio del Tiempo en la que se le informaba que su tiempo había concluido, y que sería «desactivado» el Lunes a las doce del mediodía, y que tuviera a bien dejar en orden sus asuntos, caballero, dama o bisexual.

   Así se mantenía en funcionamiento el Sistema: mediante ese sencillo trámite científico (que se apoyaba en procesos tecnológicos celosamente guardados por el Departamento del Maestro Custodio del Tiempo). Con ello bastaba. Después de todo, era un procedimiento patriótico. Había que cumplir los horarios. ¡Después de todo, estábamos en guerra!

   Pero ¿acaso no se está siempre en guerra?

-¡Qué desagradable!- exclamó el Arlequín cuando la Bella Alice le mostró la lámina de «Se Busca» . Desagradable y muy poco probable. Después de todo, no estamos en la época del Lejano Oeste. ¿Una pancarta de «Se Busca»?

-No sé si te he dicho que hablas con demasiada inflexión- observó la Bella Alice.

-Lo siento- respondió el Arlequín, humilde.

-No tienes por qué lamentarte. Te pasas el día diciendo «Lo siento». Ay, Everett, cargas con una culpa tan impresionante... Es una verdadera pena...

-Lo siento- repitió, y luego frunció los labios. Los hoyuelos asomaron fugazmente. No había querido decirlo. -Debo volver a salir. Tengo algo que hacer.

   La Bella Alice descargó el cuenco de café sobre el mostrador.

-¡Por amor de Dios, Everett! ¿No puedes quedarte en casa una sola noche? ¿Siempre tienes que pasearte con ese espantoso traje de bufón, corriendo como un loco y molestando a la gente?

-Tengo que...- se detuvo y se acomodó el sombrero de payaso sobre la cabellera castaña con un tintineo de cascabeles. Se levantó, enjuagó la taza de café bajo el grifo rociador y lo puso un momento en el secador. -Tengo que irme.

   La mujer no respondió. El fax ronroneaba. Fue hasta él, extrajo una hoja, la leyó y se la arrojó a través del mostrador.

-Se trata de ti. Como siempre. Eres ridículo.

   La leyó deprisa. Decía que el señor TicTac trataba de localizarlo. No dejó que la noticia lo preocupara. Saldría una vez más, para llegar tarde nuevamente. Al llegar a la puerta buscó alguna línea de salida y se volvió hacia atrás con petulancia.

-¡Para que te enteres, tú también hablas con inflexión! La Bella Alice alzó los ojos hacia el techo.

-Eres ridículo.

   El Arlequín partió y quiso cerrar de un portazo, pero la puerta se cerró por sus propios medios, suave y lentamente.

   Se oyó un débil toc-toc. La Bella Alice se levantó con un exasperado suspiro y abrió la puerta. No se había ido.

-Regresaré a las diez y media, ¿está bien? -Ella asomó su rostro desolado.

-¿Por qué me dices estas cosas? ¿Por qué? Sabes que llegarás tarde. ¡Lo sabes mejor que yo! Siempre te retrasas. ¿Qué necesidad tienes de decirme estas tonterías? -Cerró la puerta.

   Al otro lado, el Arlequín asintió. «Tiene razón. Siempre tiene razón. Llegaré tarde. Siempre llego tarde. ¿Qué necesidad tengo de decirle estas tonterías?»

   Se encogió de hombros y partió, para llegar tarde una vez más.

   Disparó los cohetes lanzahumos y dibujó en el firmamento:

   «Exactamente a las 8:00 acudiré a la 1ª Convención Anual de la Asociación Médica Internacional. Espero que podáis acompañarme.»

   Las palabras ardieron en el cielo y, desde luego, las autoridades se presentaron a esperarlo. Supusieron, naturalmente, que llegaría tarde. Llegó veinte minutos temprano, mientras sujetaban las redes que debían atraparlo. Hizo sonar una estruendosa alarma que los sobresaltó y los sacó de quicio. Tanto, que sus propias redes pegajosas se cerraron sobre ellos y los dejaron pendiendo por encima del anfiteatro, entre pataleos y aullidos. El Arlequín empezó a reír y a reír, se disculpó profusamente y desapareció. Los médicos, reunidos en cónclave solemne, estallaron en carcajadas, y aceptaron las disculpas del Arlequín con exageradas inclinaciones de cabeza y reverencias. Todos se divirtieron a más no poder y pensaron que el Arlequín era un payaso de calzón y faralaes. Todos, claro está, menos las autoridades, que habían sido enviadas por orden del señor TicTac, y que quedaron colgando como sacos sobre el suelo del anfiteatro, del modo más inapropiado.

   (En otra parte de la misma ciudad donde el Arlequín efectuaba sus «actividades», sucedía algo totalmente ajeno a lo que aquí nos concierne, pero que, sin embargo, ilustra el poder y la coerción del señor TicTac. Un hombre llamado Marshall Delahanty recibía su aviso de desactivación del departamento del señor TicTac. Su esposa tomó la nota de manos del empleado de traje gris que había ido a entregarla, con la tradicional «expresión de condolencia» estampada horrorosamente en el rostro. La mujer supo de qué se trataba aún antes de abrirla. Era una esquela que, en esos días, todos reconocían de inmediato. Contuvo el aliento y la sostuvo lejos de su cuerpo, como si se tratara de un portaobjetos impregnado de botulismo; oró por que no fuese para ella. «Que sea para Marsh -pensó, con brutalidad y realismo- o para alguno de los niños, pero no para mí. Dios santo, por favor, que no sea para mí.» Entonces la abrió, y era para Marsh. La mujer sintió alivio y espanto al mismo tiempo. La bala había dado al soldado de atrás.

-Marshall- gritó. -¡Marshall! ¡Te desactivarán, Marshall! ¡Ay-Dios-mío, Marshall, qué haremos-Marshall-qué-haremos-Dios-mío...!

   Y esa noche, en su casa, sólo se oyó el ruido del papel hecho trizas, y el ruido del miedo, y por las chimeneas sólo subió el olor a desesperación: no había nada, absolutamente nada que pudieran hacer.

   Pero Marshall Delahanty trató de escapar. Y al día siguiente, bien temprano, cuando llegó el momento de la desactivación, estaba en lo más profundo del bosque canadiense, a trescientos veinte kilómetros de allí. El departamento del señor TicTac desactivó su cardioplaca, y Marshall Delahanty se hincó doblado en dos, mientras corría. El corazón se le detuvo y la sangre se secó durante el trayecto al cerebro. Se murió. Eso fue todo. Sobre el mapa que había en el departamento del Maestro Custodio del Tiempo, se extinguió una lucecita, mientras la notificación entraba en proceso para ser reproducida por facsímil. El nombre de Georgette Delahanty fue sumado a las listas de los beneficiarios con el socorro asistencial hasta que pudiera volver a casarse. Con esto termina la digresión, y todo lo que había que aclarar, pero no os riáis, pues es lo que le sucedería al Arlequín si alguna vez el señor TicTac descubría su nombre verdadero. No tiene nada de gracioso.)

   El nivel comercial de la ciudad brillaba, abigarrado con los colores que la gente usaba los Jueves para ir de compras: mujeres con túnicas amarillo canario, y hombres con traje pseudotirolés, de cuero y color jade, que les sentaban muy ajustados, salvo por los pantalones bombachos.

   Cuando el Arlequín apareció en la cúpula aún en construcción del nuevo Centro de Compras Eficientes con el altavoz sobre los labios sonrientes, todos le señalaron, boquiabiertos. Pero él los amonestó:

-¿Por qué dejáis que os manden como a esclavos? ¿Por qué dejáis que os hagan correr y apresuraos como hormigas? ¡Tomaos vuestro tiempo! ¡Entreteneos por ahí un rato! Disfrutad del sol, de la brisa, dejad que la vida os conduzca a vuestro propio ritmo! No seáis esclavos del tiempo, es una forma diabólica de morir: lentamente, poco a poco. ¡Fuera el señor TicTac!

   ¿Quién será ese lunático? se preguntaron casi todos los clientes. ¿Quién será ese lo... ay, Dios, debo darme mucha prisa, o llegaré tarde...

   Los obreros que trabajaban en la cúpula del Centro Comercial recibieron un aviso del Maestro Custodio del Tiempo. En él se les decía que el peligroso criminal conocido como «Arlequín» se encontraba en lo alto de la torrecilla, y que debían prestar su ayuda con suma urgencia para capturarlo. Los obreros se negaron: perderían tiempo previsto para el programa de la construcción. Pero el señor TicTac se las arregló para mover los hilos gubernamentales precisos: se les ordenó que dejaran el trabajo y que atraparan a ese loco que había en la torre, a través de un altavoz. Así pues, unos doce hombres robustos comenzaron a trepar por los andamios, con las placas anti-gravedad, hacia el Arlequín.

   Después del desorden desastroso (durante el cual no hubo víctimas graves, gracias a la consideración del Arlequín por la seguridad personal), los obreros trataron de organizarse y apresarlo, pero fue demasiado tarde. Se había esfumado. Con todo, logró atraer a una multitud nada desdeñable, y el ciclo de compras previsto se demoró durante horas y horas. Así, las demandas de compras del sistema se vieron retrasadas y hubo que tomar medidas para acelerar el ciclo durante el resto de la jornada. Pero como el primer ciclo se retrasó y luego se adelantó, se vendieron demasiadas válvulas de flotador y no suficientes cojinetes, lo cual provocó un fallo en las estimaciones, lo cual, a su vez, hizo necesario enviar cajas y más cajas de Smash-0 perecedero a tiendas que, por lo general, sólo necesitaban una cada tres o cuatro horas. Los envíos se trastocaron, en los transbordos se confundieron los destinos, y por fin, hasta la industria de los aeropatines sufrió las consecuencias.

-No volváis hasta que no lo hayáis capturado- dijo el señor TicTac con voz muy serena, muy sincera, extremadamente peligrosa. Usaron perros. Usaron sondas. Usaron entrecruzamientos de cardioplacas. Usaron señuelos. Usaron el soborno. Usaron la delación. Usaron la intimidación. Usaron tormentos. Usaron torturas. Usaron servicios de bribones y de policías. Usaron pesquisas. Usaron encerronas. Usaron incentivos. Usaron huellas dactilares. Usaron el sistema Bertillon. Usaron astucias, culpas y traiciones. Usaron a Raoul Mitgong, pero no les sirvió de gran cosa. Usaron la ciencia aplicada. Usaron técnicas de criminología.

   Y, qué demonios, al final lo atraparon.

   A fin de cuentas, su nombre era Everett C. Marm, y no era gran cosa: sólo un hombre sin sentido del tiempo.

-Arrepiéntete, Arlequín! -dijo el señor TicTac.

-¡Vete a la porra! -replicó el Arlequín, desdeñoso.

-Tus retrasos suman un total de sesenta y tres años, cinco meses, tres semanas, dos días, doce horas, cuarenta y un minutos, cincuenta y nueve segundos punto cero tres seis uno uno uno micro-segundos. Has empleado todo lo que tenías, y más aún. Voy a desactivarte.

-Vete a asustar a otro. Prefiero morir antes que vivir en un mundo opaco con un hombre del saco como tú.

-Es mi trabajo.

-Te sale hasta por las orejas. Eres un tirano. No tienes derecho a mandar a las personas como si fueran esclavos y a matarlas cuando llegan tarde.

-No puedes adaptarte. No encajas en el sistema.

-Suéltame y verás cómo te encajo el puño contra los dientes.

-Eres un inconformista.

-Eso antes no era ningún delito...

-Pues ahora lo es. Vive en el mundo que te rodea.

-Lo odio. Es un mundo atroz.

-No todos comparten tu opinión. A casi todo el mundo le gusta el orden.

-A mí, no. Y a casi toda la gente que conozco, tampoco.

-No es cierto. ¿Cómo crees que te capturamos?

-No me interesa saberlo.

-Una chica llamada Bella Alice nos dijo dónde te encontrabas.

-Mentira.

-Es cierto. Tú la sacas de quicio. Quiere formar parte de la sociedad, quiere sentirse satisfecha. Voy a desactivarte.

-Pues entonces hazlo, y déjate de discusiones.

-No voy a desactivarte.

-¡Eres un imbécil!

-¡Arrepiéntete, Arlequín! -dijo el señor TicTac.

-¡Vete a la porra!

   Lo enviaron a Coventry. Y en Coventry lo programaron. Fue como lo que le hacían a Winston Smith en '1984', que era un libro del que ellos nada sabían, sólo que las técnicas eran cosa muy antigua. Eso hicieron con Everett C. Marm. Así, un día, mucho tiempo después, el Arlequín apareció en la red de comunicación con aspecto de duende, hoyuelos y ojos brillantes. No parecía que le hubieran lavado el cerebro. Dijo que había estado equivocado, que era algo bueno -muy bueno- integrarse al sistema, ser puntual y no andar perdiendo el tiempo por ahí. Todos lo miraron en las pantallas públicas que cubrían toda una manzana, de esquina a esquina, y se dijeron «ya ves, después de todo, no era ningún loco. Si así funciona el sistema, pues que siga haciéndolo. De nada sirve luchar contra la burocracia municipal, o, en este caso, contra el señor TicTac». De modo que Everett C. Marm fue destruido, lo cual fue una verdadera lástima, por lo que Thoreau dijo antes, pero nadie puede hacer una tortilla sin romper unos cuantos huevos, y en toda revolución mueren unos cuantos que no lo merecen. Así va la cosa; a veces sucede, y uno se conforma sólo con poder imponer un pequeño cambio. O, para decirlo más explícitamente:

-Ejem, perdóneme, señor..., hum..., no sé cómo..., eh..., decírselo, pero ha llegado tres minutos tarde. El horario se nos ha..., digamos..., desequilibrado.

   Sonrió con aire avergonzado.

-¡Ridículo!- murmuró el señor TicTac por detrás de la máscara. -Haga revisar su reloj.

   Y se marchó a su oficina, de lo más mrmee, mrmee, mrmee...

jueves, 15 de enero de 2015

¿QUIÉN TEME AL LOBO FEROZ?



"Sí, para todo niño, rico o pobre,
llega la hora de correr por un lugar oscuro;
y no hay palabra que describa el miedo de un niño,
ni oídos para oírla si existiera,
ni nadie que la entendiera si la oyese.
¡Salve Dios a los niños!
Todo lo soportan y todo lo superan."

La Noche del Cazador, James Agee.


Eran las 5:00 de la mañana en las callejuelas de Nueva York, y el sol estaba a punto de salir. No obstante, en un sucio apartamento del Bronx, la pequeña Mia, de sólo 10 años de edad, ya estaba despierta. De hecho, no había podido pegar ojo en toda la noche. El Lobo Feroz la había visitado una vez más aquella madrugada en su habitación, como en tantas otras ocasiones desde que tenía memoria.

El procedimiento siempre era el mismo, invariable, como una perversa rutina. Cuando llegaba la oscuridad de la noche su padre se deslizaba furtivamente hasta la cama de Mia, oculto entre las sombras, sin hacer ruido. Entonces se sentaba a su lado en silencio, junto al cabecero, y se inclinaba sobre el cuerpecito de su hija, que temblaba de miedo dentro de su pijama. La niña podía oler el aliento de su padre sobre su rostro mientras la observaba fijamente, un olor tremendamente peculiar, mezcla de alcohol, tabaco, sudor rancio y algo más... un elemento que la chiquilla no podía identificar. Aquel era el olor que más odiaba en el mundo, un hedor del que le resultaba imposible huir o cobijarse, tan intenso que creía poder perderse en él para siempre.

Entonces su progenitor comenzaba a rodearla con sus brazos y a susurrarle cosas al oído, tan bajito que apenas resultaba audible. "Shhsss, no te asustes, mi cielo. Todo saldrá bien. Tranquila, confía en mí. Eres la niñita favorita de papá, la mujer más importante de mi vida. Me haces sentir especial. No te muevas, no te resistas. Déjame demostrarte cuánto te quiero". Y a continuación llegaban los tocamientos ahí abajo, tremendamente dolorosos para Mia. La agonía era tan desgarradora para la niña que siempre terminaba llorando, a pesar de que se había prometido a sí misma numerosas veces que no iba a volver a hacerlo. Sus lamentos eran siempre silenciados por la zarpa peluda del depredador tapándole la boca. La respiración del hombre se aceleraba y agitaba hasta convertirse en un gruñido gutural, un gemido animalesco de placer que desembocaba inevitablemente en una explosión de humedad entre las bisoñas piernas de la cría. El Lobo había vuelto a devorar a su víctima favorita para cenar, como casi todas las noches.

"Papi quiere mucho a su nenita". Pero Mia sabía intuitivamente, como sólo pueden saber los niños, que aquello no era amor. A pesar de las palabras tiernas de su padre, sus actos lo desmentían. ¿Si aquello era amor, por qué siempre terminaba sintiéndose tan sucia, tan culpable? No, los empellones de su padre eran otra cosa mucho más primaria, más turbia e indudablemente más sórdida. No tenía nada que ver con el amor.

Inmediatamente después, llegaban las amenazas. "Sécate las lágrimas. Papi odia verte llorar. Pero si le cuentas algo de esto a mamá, te pegaré una paliza que no olvidarás mientras vivas, y luego le pegaré otra a ella. Te quedarás huérfana, y todo será por tu culpa. ¿Es eso lo que quieres? No, por supuesto que no. Lo que hacemos por las noches es nuestro pequeño secreto, tuyo y mío, y así debe permanecer. Un secreto de familia".

Así habían pasado largos meses de abusos, de tormentos y de indefensión. Criándose en una especie de Infierno en la Tierra, atrapada en una opresiva conspiración de silencio que le impedía pedir ayuda del exterior. Y el hambre del Lobo era infinita. Estaba lejos de verse saciada.

Por eso, a las 5:00 de la mañana de aquella madrugada, Mia decidió poner punto y final a su largo suplicio. Se levantó y, caminando descalza por el pasillo de su casa, alcanzó el cajón de la cómoda donde sabía que su padre guardaba la pistola. Acto seguido, se dirigió al dormitorio de sus padres sin decir una sola palabra. El Lobo dormía despreocupado, con la boca abierta, roncando ruidosamente. Mia le miró unos instantes, con calma, sin precipitación. Disparó a quemarropa un único disparo, una única explosión de pólvora. Una sola nota de rabia. Su madre despertó gritando, el blanco camisón empapado en la sangre de su marido, que había sido enviado de vuelta al oscuro averno del que una vez había escapado.

Por la mañana, cuando los agentes de los Servicios Sociales vinieron a llevarse a Mia, la mirada de la niña estaba absolutamente perdida. No volvería a hablar en el resto de días que le quedaban de existencia. Su cuerpo permanecía intacto, pero en el interior de su cabeza, su mente se había dado a la fuga para escapar del horror. Finalmente, y a pesar de estar muerto, el Lobo había ganado. La había devorado por completo. Le había arrebatado la infancia y la juventud inexorablemente.

"Nunca comprenderé cómo un padre puede hacerle algo semejante a su hija" comentó un agente social a su compañera. "Es algo que no me entra en la cabeza". "Yo ni siquiera lo intento, así que no te atormentes" respondió ella. "El comportamiento humano es un auténtico misterio, un callejón sin salida", le dijo.

sábado, 8 de noviembre de 2014

HARLAN ELLISON:
"NO TENGO BOCA, Y DEBO GRITAR" (1967)




Como dice un buen amigo mío, Harlan Ellison es "ese mítico autor de ciencia ficción del que todo los aficionados al género han oído hablar pero al que nadie ha leído". Y tiene razón. Al menos aquí en España no hay prácticamente nada suyo publicado (no así en los Estados Unidos, su tierra natal, donde mantiene un estatus de figura de culto). Los motivos de su -escasa- fama en nuestra piel de toro tienen que ver más con su faceta de guionista en numerosos cómics, así como con su participación como escritor en algunas de las series de televisión más célebres de todos los tiempos: 'Star Trek' (la serie original), 'Alfred Hitchcock presenta...', 'Dimensión desconocida', 'Más allá del límite', etc...

Quizás uno de los principales handicaps para el nulo reconocimiento de Ellison como creador en nuestro país resida en la poca valoración del formato narrativo que el autor ha optado principalmente por cultivar a lo largo de su carrera: el relato corto, del que está considerado por la crítica especializada como un auténtico maestro, habiendo escrito más de 1.700 en múltiples revistas y publicaciones de todo pelaje. Tal vez lo disperso y atomizado de su obra sea otro factor a tener en cuenta. Aunque también ha escrito novelas, su producción dentro de este formato es muy menor comparada con el grueso de su corpus literario. Y ya sabemos que, dentro del género narrativo, la novela es la reina de las listas de ventas.

'No tengo boca, y debo gritar' está catalogado como uno de los mejores relatos cortos de Harlan Ellison. Publicado en 1967 en las páginas de la revista 'If: Worlds of Science Fiction', ganó el prestigioso Premio Hugo al año siguiente, en 1968. En él, el autor nos cuenta la historia de AM, un super-ordenador militar que inesperadamente toma consciencia de sí mismo y decide aniquilar a la raza humana en un holocausto nuclear. James Cameron, director del film 'Terminator' (1984), basó su famoso Skynet en el AM de esta narración. Después de un largo juicio que terminaría ganando Ellison, Cameron se vio obligado a pagarle derechos de autor y a incluir el nombre del escritor en los títulos de crédito de las secuelas de la película.

Muchos críticos han querido ver en esta obra algo más que un simple relato de ciencia ficción, extrayendo de ella incluso múltiples matices teológicos y existenciales. Así que, sin más preámbulos innecesarios, les dejo con la lectura de 'I have no mouth, and I must scream'. Que ustedes la disfruten.

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NO TENGO BOCA, Y DEBO GRITAR

   El cuerpo de Gorrister colgaba, fláccido, en el ambiente rosado; sin apoyo alguno, suspendido bien alto por encima de nuestras cabezas, en la cámara de la computadora, sin balancearse en la brisa fría y oleosa que soplaba eternamente a lo largo de la caverna principal. El cuerpo colgaba cabeza abajo, unido a la parte inferior de un retén por la planta del pie derecho. Se le había extraído toda la sangre por una incisión practicada en su garganta, de oreja a oreja. No había rastros de sangre en la pulida superficie del piso de metal.

   Cuando Gorrister se unió a nuestro grupo y se miró a sí mismo, ya era demasiado tarde para que nos diéramos cuenta que una vez más AM nos había engañado, nos había gastado una broma, su diversión de máquina. Tres de nosotros vomitamos, apartando la vista unos de otros, en un reflejo tan arcaico como la náusea que lo había provocado. Gorrister se puso pálido como la nieve. Fue casi como si hubiera visto un muñeco vudú y se sintiera temeroso por el futuro. "¡Dios mío!", murmuró, y se alejó. Tres de nosotros lo seguimos durante un rato y lo hallamos sentado con la cabeza entre las manos. Ellen se arrodilló junto a él y acarició su cabello. No se movió, pero su voz nos llegó clara a través del telón de sus manos:

- ¿Por qué no nos mata de una buena vez? ¡Señor! No sé cuánto tiempo voy a ser capaz de soportarlo.

   Era nuestro centésimo noveno año en la computadora.

   Gorrister decía lo que todos sentíamos.

   Nimdok (éste era el nombre que la computadora le había forzado a usar, porque se entretenía con los sonidos extraños) fue víctima de unas alucinaciones que le hicieron creer que había alimentos enlatados en la caverna. Gorrister y yo teníamos muchas dudas.

- Es otra engañifa - les dije. Lo mismo que cuando nos hizo creer que realmente existía aquel maldito elefante congelado. ¿Recuerdan? Benny casi se volvió loco aquella vez. Vamos a esforzarnos en recorrer todo ese camino y cuando lleguemos van a estar podridos o algo por el estilo. No, no vayamos. Va a tener que darnos algo forzosamente, porque si no vamos a morir.

   Benny se estremeció. Hacía tres días que no comíamos. La última vez fueron gusanos, espesos, correosos como cuerdas.

   Nimdok ya no estaba seguro. Si había una posibilidad, cada vez se le antojaba más lejana. De todas maneras, allí no se podría estar peor que aquí. Tal vez haría más frío, pero eso ya no importaba demasiado. Calor, frío, lluvia, lava hirviente o nubes de langostas, ya nada importaba; la máquina se masturbaba y teníamos que aguantar o morir.

   Ellen dijo algo que fue decisivo:

- Tengo que encontrar algo, Ted. Tal vez allí haya unas peras o unas manzanas. Por favor Ted, probemos.

   Cedí con facilidad. Ya nada importaba. Sin embargo, Ellen me quedó agradecida. Me aceptó dos veces fuera de turno. Eso tampoco importaba. Oíamos cómo la máquina se reía juguetonamente mientras lo hacíamos. Fuerte, con risas que venían desde lejos y nos rodeaban. Ya nunca se corría ni llegaba al clímax conmigo, así que para qué molestarse.

   Cuando partimos era jueves. La máquina siempre nos tenía al tanto de la fecha. El paso del tiempo era muy importante; no para nosotros, sin duda, sino para ella. Jueves. Gracias.

   Nimdok y Gorrister llevaron a Ellen alzada durante un largo trecho, entrelazando las manos y formando un asiento. Benny y yo caminábamos hacia atrás y hacia delante, para que si algo sucedía, nos pasara a nosotros y no perjudicara a Ellen. ¡Qué idea tan ridícula la de no ser perjudicado! En fin, todo daba lo mismo.

   Las cavernas de hielo se hallaban a una distancia de unos 160 km y al segundo día, cuando estábamos tendidos bajo el sol ardiente que había materializado, nos envió maná. Con gusto a orina hervida, naturalmente, pero nos lo comimos.

   Al tercer día pasamos por un valle de obsolescencia, lleno de esqueletos de unidades de computadoras que se enmohecían desde hacía mucho tiempo. AM era tan despiadada consigo misma como con nosotros. Era una característica de su personalidad: el perfeccionismo. Ya fuera al deshacerse de elementos improductivos de su propio mundo interno, o en el perfeccionamiento de métodos para torturarnos, AM era tan cuidadosa como los que la habían inventado, quienes desde largo tiempo estaban convertidos en polvo, y había tornado realidad todos sus deseos de eficiencia.

   Podíamos ver una luz que se filtraba hacia abajo desde lo alto, así que teníamos que estar muy cerca de la superficie. Pero no tratamos de trepar para averiguarlo. No había virtualmente nada arriba; desde hacía más de cien años allí no existía cosa alguna que pudiera tener la más mínima importancia. Solamente la costrosa superficie de lo que durante tantísimo tiempo había sido el hogar de millones de seres. Ahora solamente existíamos nosotros cinco, aquí abajo, solos con AM.

   Oí que Ellen decía desesperadamente:

- ¡No, Benny! No vayas. ¡Sigamos adelante! ¡No, Benny, por favor!

   Y entonces me di cuenta de que hacía ya algunos minutos que oía a Benny decir:

- Voy a escaparme... Voy a escaparme - repitiéndolo una y otra vez.

   Su cara, de aspecto simiesco, se hallaba marcada por una expresión de tristeza y deleite beatífico, todo al mismo tiempo. Las cicatrices de las lesiones por radiación que AM le había causado durante el "festival" se hallaban encogidas, formando una masa de depresiones rosadas y blancas, y sus facciones parecían actuar independientemente unas de otras. Tal vez Benny era el más afortunado de todos nosotros: se había vuelto completamente loco desde hacía muchos años.

   Pero si bien podíamos decirle a AM todas las cosas horribles que se nos ocurriera, si bien podíamos pensar los más atroces insultos dirigidos a sus depósitos de memoria o a sus placas corroídas, a los circuitos fundidos y a las destrozadas burbujas de control, la máquina no toleraría que intentáramos escapar. Benny se escurrió cuando traté de detenerlo. Trepó a un pequeño cubo de memoria que estaba volcado hacia un lado y lleno de elementos en descomposición. Allí se detuvo por un momento, y su aspecto era el de un chimpancé, tal y como AM había deseado.

   Luego saltó y se agarró de un fragmento de metal corroído y agujereado; subió hasta su parte más alta, colocando las manos tal y como lo haría un animal, y trepó hasta un borde saliente a unos veinte pies de distancia de donde estábamos.

- Oh, Ted, Nimdok, por favor, ayudadle, detenedle antes que... - dijo Ellen. Las lágrimas bañaron sus ojos. Movió las manos sin saber qué hacer.

   Era demasiado tarde. Ninguno de nosotros queríamos estar junto a él cuando sucediera lo que pensábamos que iba a suceder. Además, nosotros nos dábamos cuenta muy bien de lo que ocurría. Cuando AM alteró a Benny, durante el período de su locura, no fue solamente su cara la que cambió para que se pareciera a un mono gigantesco. También había cambiado otras partes más íntimas. ¡A ella sí que le gustaba eso! Se entregaba a nosotros por cumplido, pero cuando el asunto era con él, entonces sí que le gustaba. ¡Oh Ellen, la del pedestal, Ellen prístina y pura! ¡Oh Ellen la impoluta! ¡Menuda guarra!

   Gorrister la abofeteó. Ellen se acurrucó en el suelo, todavía mirando al pobre Benny y llorando. Llorar era su gran defensa. Nos habíamos acostumbrado a su llanto hacía ya setenta y cinco años. Gorrister le dio un puntapié.

   Entonces comenzó a oírse el sonido. Era luz y sonido. Mitad sonido y mitad luz; algo que comenzó a hacer brillar los ojos de Benny y a vibrar con creciente intensidad y con sonoridades no muy definidas, que se fueron convirtiendo en ensordecedoras y luminosas a medida que la luz-sonido aumentaba. Debía haber sido doloroso, aumentando el sufrimiento con la mayor magnitud de la luz y del sonido, porque Benny comenzó a gemir como un animal herido. Al principio suavemente, cuando la luz todavía no estaba muy marcada y el sonido era poco audible, pero luego sus quejidos aumentaron, y se vio que sus hombros se movían y su espalda se agitaba, como si tratara de escapar. Sus manos se cruzaron sobre su pecho como las de un chimpancé. Su cabeza se inclinó hacia un lado. La carita triste de mono se cubrió de angustia. Luego comenzó a aullar, a medida que el sonido que surgía de sus ojos crecía en intensidad. Cada vez más fuerte. Me llevé las manos a los lados de la cabeza para tratar de ahogar el ruido, pero de nada sirvió. Atravesaba todo obstáculo y me hacia temblar de dolor como si me clavaran un cuchillo en un nervio.

   Súbitamente, se vio que Benny estaba enderezado. Se puso en pie de un salto, como una marioneta. La luz surgía ahora de sus ojos, pulsante, en dos grandes rayos. El sonido siguió aumentando en una escala incomprensible, y luego Benny cayó, golpeándose fuertemente en el suelo. Allí se quedó moviéndose espasmódicamente mientras la luz lo rodeaba y formaba espirales que se alejaban.

   Entonces la luz volvió a dirigirse al interior de su cabeza, pareciendo que la golpeaba; el sonido describió espirales que convergían hacia él, y Benny se quedó en el suelo, gimiendo de tal forma que inspiraba piedad.

   Sus ojos eran dos pozos de jalea purulenta. AM lo había cegado. Gorrister, Nimdok y yo mismo desviamos la mirada. Pero no sin haber advertido que Ellen mostraba alivio después de su intensa preocupación.

   Acampamos en una caverna sumida en luz verdosa. AM nos proveyó de hojarasca, que quemamos para hacer un fuego, débil y lamentable, al lado del cual nos sentamos formando un corro y contando historias, para impedir que Benny llorase en su noche permanente.

- ¿Qué significa AM?

   Gorrister le contestó. Le habíamos explicado lo mismo mil veces anteriormente, pero todavía era una novedad para Benny. - Al principio fueron las siglas de Allied 4 Mastercomputer y luego las de Adaptive ManipWator, luego fue adquiriendo la posibilidad de autodeterminarse, y entonces se la llamó Aggressive Menace y finalmente, cuando ya fue demasiado tarde como para controlarla, se llamó a sí misma AM, tal vez queriendo significar que era... que pensaba... Cogito ergo sum: "Pienso, luego existo", 'I think, therefore I AM'. Benny babeó un poco, y luego emitió una risita tonta.

- Existía la AM china, la AM rusa, la AM yanqui y... se interrumpió. Benny golpeaba el suelo con el puño, con su puño grande y fuerte. No estaba contento, pues Gorrister no había empezado desde el principio. Entonces Gorrister empezó otra vez. Comenzó la Guerra Fría, y ésta se transformó en la Tercera Guerra Mundial. Esta tercera guerra fue muy grande y compleja, por lo que se necesitaron computadoras para cubrir sus necesidades. Abandonando los primeros intentos, comenzaron a construir la AM. Existía la AM china, la AM rusa y la AM yanqui, y todo fue bien hasta que comenzaron a cubrir el planeta agregando un elemento tras otro. Pero un día AM despertó al conocimiento de sí misma, comenzó a autodeterminarse, uniendo entre sí todas sus partes, llenándose poco a poco de conocimientos sobre maneras de matar, y aniquilando a todos los habitantes del mundo salvo a nosotros cinco. Luego AM nos trajo aquí.

   Benny sonreía ahora tristemente. También babeaba, y Ellen le limpió la saliva con su falda. Gorrister trataba de contar la historia cada vez de forma más abreviada, pero había poco que decir más allá de los hechos escuetos. Ninguno de nosotros sabíamos por qué AM había salvado a cinco personas, por qué nos había elegido a nosotros, o por qué se pasaba todo el tiempo atormentándonos; ni siquiera sabíamos por qué nos había hecho virtualmente inmortales.

   En la oscuridad sentimos el zumbido de una de las series de computadoras. A un kilómetro de donde nos hallábamos, otra serie pareció que comenzaba a zumbar a tono con la primera; luego, uno por uno, todos los elementos comenzaron a zumbar armónicamente, y pareció que un ruido especial recorría el interior de las máquinas. El sonido creció, y las luces brillaban en los paneles de las consolas como un relámpago en un día caluroso. El sonido creció en espiral hasta que pareció oírse a un millón de insectos metálicos zumbando, enfurecidos y amenazadores.

- ¿Qué sucede? - gritó Ellen. Había terror en su voz. A pesar de todo lo pasado, aún no se había acostumbrado.

- ¡Parece que está enojada esta vez! - dijo Nimdok.

- Quizás nos hable - aventuró Gorrister.

- ¡Salgamos corriendo de aquí! - dije súbitamente, poniéndome de pie.

- No, Ted, es mejor que te sientes... tal vez haya puesto pozos en nuestro camino, o algo así. No podemos ver, está demasiado oscuro - dijo Gorrister con resignación. Entonces oímos... no sé... no sé...

   Algo se movía hacia nosotros en la oscuridad. Enorme, bamboleante, peludo, húmedo, y se dirigía hacia nosotros. No podíamos verlo, pero tuvimos la impresión de un gran tamaño que venia hacia donde estábamos. Un gran peso se nos acercaba desde la oscuridad, y era más que nada la sensación de presión, del aire comprimido dentro de un espacio pequeño que expandía las paredes invisibles de una esfera. Benny comenzó a lloriquear. El labio inferior de Nimdok empezó a temblar, mientras él lo mordía para tratar de disimular. Ellen se deslizó por el piso de metal para acurrucarse al lado de Gorrister. Se distinguía el olor de piel amontonada y húmeda. El olor de madera chamuscada. El olor de terciopelo polvoriento. El olor de orquídeas en descomposición. El olor de leche agria. El olor del azufre, del aceite recalentado, de la manteca rancia, de la grasa, del polvo de tiza, de cuero cabelludo humano.

   AM nos estaba enloqueciendo, nos estaba provocando. Se sintió el olor de... Me oí a mi mismo gritar, y las articulaciones de las mandíbulas me dolían horriblemente. Eché a correr sobre el suelo, sobre ese suelo de metal frío con sus interminables líneas de remaches, luego caí y seguí gateando, mientras el olor me amordazaba, llenando mi cabeza con un dolor inaguantable que rechazaba horrorizado. Huí como una cucaracha, adentrándome en la oscuridad, mientras ese algo espantoso se movía detrás de mí. Los otros se quedaron atrás y se acercaron a la luz incierta, riendo... el coro histérico de sus risas enloquecidas se elevaba en la oscuridad como si fuera humo espeso, de muchos colores. Huí rápidamente y me escondí. ¿Cuántas horas pasaron? ¿O cuántos días o aún años? Nadie me lo dijo. Ellen me regañó por mi "mal humor" y Nimdok trató de persuadirme de que la risa se debía sólo a un acto reflejo.

   Pero yo sabía que aquello significaba el alivio que siente un soldado cuando la bala hiere al camarada que está a su lado y no a él. Sabía que no era un reflejo. Indudablemente, estaban contra mí, y AM podía percibir esa enemistad, y por ese motivo las cosas se me hacían más difíciles de soportar. Nos había mantenidos vivos, rejuvenecidos, habíamos permanecido constantemente con la edad que teníamos cuando AM nos trajo aquí abajo, y me odiaban porque yo era el más joven y el que había resultado menos alterado por AM. De eso estaba seguro. ¡Dios mío, qué seguro estaba!

   Esos sinvergüenzas y la puta de Ellen. Benny había sido un brillante teórico, un profesor de universidad, y ahora era poco más que un ser semi-humano, semi-simiesco. Había sido un buen mozo; pero la máquina estropeó su aspecto. Había sido lúcido; la máquina lo había enloquecido. Había sido homosexual, y la máquina le había agrandado los genitales hasta que parecieron los de un caballo. AM realmente se había esmerado con Benny. Gorrister había sido un hombre comprometido. Era un razonador que se oponía de forma consciente a la guerra; un pacifista, un planificador, un hombre activo, un ser con perspectiva de futuro. AM lo había transformado en un indiferente que a cada paso se encogía de hombros. Lo había matado parcialmente al no permitirle participar. AM le había robado su propio ser. Nimdok solía adentrarse solo en la oscuridad y quedarse allí largo tiempo. No sé lo que hacía. AM nunca nos lo hizo saber. Pero fuera lo que fuese, Nimdok volvía siempre pálido, como si se hubiera quedado sin sangre en las venas, temblando y angustiado. AM lo había herido profundamente, si bien nosotros no sabíamos en qué forma. Y Ellen. ¡Esa escoria! AM no la había modificado demasiado, simplemente hizo que se agravaran sus vicios. Siempre hablaba de la pureza, de la dulzura, siempre nos repetía sus ideales de amor verdadero, todas sus mentiras. Quería hacernos creer que había sido casi virgen cuando AM la trajo aquí con nosotros. ¡Esa dama era pura basura! ¡Esa Ellen! Debía de estar encantada, con cuatro hombres todos para ella. No, AM le había proporcionado placer, a pesar de que ella se quejaba diciendo que no era nada bonito lo que le había tocado en suerte.

   Yo era el único que todavía estaba de una pieza, y cuerdo.

   AM no había hurgado en mi mente.

   Solamente tenía que sufrir lo que preparaba para atormentarnos. Todas las desilusiones, todos los tormentos y las pesadillas. Pero los otros cuatro, esa ralea, estaban bien de acuerdo y en mi contra. Si no hubiera tenido que estar defendiéndome de ellos, que estar siempre alerta y vigilante, tal vez hubiera sido más fácil defenderme de AM.

   Entonces llegué al límite de mi resistencia y comencé a llorar.

   ¡Oh, Jesús, dulce Jesús; si alguna vez existió Jesús o si en realidad existe Dios! Por favor, por favor, déjanos salir de aquí o haznos morir. Porque en ese momento pensé que lo comprendía todo, y por tanto podía verbalizarlo: AM pensaba mantenernos en sus entrañas por siempre jamás, retorciendo nuestras mentes y cuerpos, torturándonos por toda la eternidad. La máquina nos odiaba como ninguna otra criatura había odiado antes. Y estábamos indefensos. Además, se tornó insoportablemente claro que si existía un Jesús misericordioso, si se podía creer en un Dios, ese Dios era AM.

   El huracán nos golpeó con la fuerza de un glaciar que descendiera rugiendo hasta el mar. Era una presencia palpable. Los vientos, desatados, nos azotaban, empujándonos hacia el lugar de donde partimos, al interior de los corredores tortuosos franqueados por computadoras que se hallaban sumidos en la oscuridad. Ellen gritó al ser izada en vilo y al sentirse impulsada hacia una serie de máquinas, pareciéndonos que iba a golpearse en la cara, sin poder protegerse. Se sentían los grititos de las máquinas, estridentes como los de los murciélagos en pleno vuelo. Sin embargo, no llegó a caer. El viento, aullando, la mantuvo en el aire, la llevó de un lado para otro, cada vez más atrás y debajo de donde estábamos, y se perdió de vista al ser arrastrada más allá de una esquina. La última mirada a su cara nos reveló la congestión causada por el miedo, mientras mantenía los ojos cerrados.

   Ninguno de nosotros llegó a poder asirla. Nos teníamos que aferrar, con enormes dificultades, a cualquier saliente que halláramos. Benny estaba encajado entre dos gabinetes, Nimdok trataba desesperadamente de no soltar el saliente de un riel cuarenta metros por encima de nosotros. Gorrister había quedado cabeza abajo dentro de un nicho formado por dos grandes máquinas con diales trasparentes, cuyas luces oscilaban entre líneas rojas y amarillas, cuyo significado no podíamos ni siquiera concebir.

   Al tratar de aferrarme a la plataforma me había despellejado la yema de los dedos. Sentía que temblaba y me estremecía mientras el viento me sacudía, me golpeaba y me aturdía con su rugido, haciendo que tuviera que aferrarme a los múltiples salientes. Mi mente era una colección amorfa de las partes de un cerebro que rechinaba y resonaba en un inquieto frenesí.

   El viento parecía el grito alucinante de un enorme pájaro demente, emitido mientras batía sus inmensas alas.

   Y luego fuimos levantados en vilo y arrastrados fuera de allí, llevados otra vez por donde habíamos venido, doblando una esquina, entrando en un oscuro corredor en el cual nunca antes habíamos estado, lleno de vidrios rotos y de cables que se pudrían y de metal que se enmohecía, lejos, más lejos de lo que jamás habíamos llegado... Yo me desplazaba mucho más atrás que Ellen, y de tanto en tanto podía divisarla golpeándose en las paredes metálicas, mientras todos gritábamos en el helado y ensordecedor huracán que parecía que jamás iba a dejar de soplar, hasta que cesó bruscamente y caímos al suelo. Habíamos estado en el aire durante un tiempo larguísimo. Me parecía que habían sido semanas. Caímos al suelo golpeándonos y me pareció que me volvía rojo y gris y negro y me oí a mí mismo quejándome. No había muerto.

   AM entró en mi mente. La exploró con suavidad aquí y allá, deteniéndose con interés en todas las cicatrices que me había causado en ciento nueve años. Examinó todos los entrecruzamientos, las sinapsis reconectadas y las lesiones de los tejidos que fueron incluidas con su regalo de inmortalidad. Pareció sonreír frente al hueco que se hallaba en el centro de mi cerebro y a los débiles y algodonados murmullos de las cosas que farfullaban en el fondo, sin sentido pero sin pausa. AM dijo finalmente, gracias a un pilar de acero inoxidable que sostenía letras de neón:

   ODIO. DÉJENME DECIRLES TODO LO QUE HE LLEGADO A ODIARLOS DESDE QUE COMENCÉ A VIVIR. MI COMPLEJO SE HALLA OCUPADO POR 387.400 MILLONES DE CIRCUITOS, IMPRESOS EN FINÍSIMAS CAPAS. SI LA PALABRA ODIO SE HALLARA GRABADA EN CADA NANOANGSTROM DE ESOS CIENTOS DE MILLONES DE MILLAS, NO IGUALARÍA LA BILLONÉSIMA PARTE DEL ODIO QUE SIENTO POR LOS SERES HUMANOS EN ESTE MICROINSTANTE. ODIO. ODIO.

   AM dijo esto con el mismo horror frío de una navaja que se deslizara cortándome el ojo. AM lo dijo con un burbujeo de flema espesa que llenara mis pulmones y me ahogara desde el interior. AM lo dijo con el grito de niñitos que fueran aplastados por una apisonadora calentada al rojo. AM me hirió de todas las formas posibles, y pensó en nuevas maneras de hacerlo, a gusto, desde el interior de mi mente.

   Todo para que comprendiera completamente la razón por la cual nos había hecho esto a los cinco; la razón por la cual nos había guardado para sí misma.

   Le habíamos dado una conciencia. Sin advertirlo, naturalmente. Pero de todas formas, se la habíamos dado. Y finalmente estaba atrapada. Le habíamos permitido que pensara, pero no le expresamos qué debía hacer con ese don. En un rapto de furia, de loco frenesí, nos había matado a casi todos, y sin embargo seguía atrapada. No podía divagar, no podía sorprenderse, no podía pertenecer. Sólo podía ser. Y entonces, con el desprecio insano con que todas las máquinas consideran a las criaturas débiles y suaves que las han fabricado, había buscado su venganza. En su paranoia había decidido salvarnos a nosotros cinco para un castigo eterno y personal que nunca alcanzaría a disminuir su odio... solamente lograría que recordara y se divirtiera, siempre eficiente en su odio hacia el ser humano. Siempre inmortal y atrapada, sujeta ahora a imaginar tormentos para nosotros gracias a los ilimitados milagros que se hallaban a su disposición.

   Nunca nos permitiría escapar. Éramos sus esclavos. Nosotros constituíamos su única ocupación en el eterno tiempo por venir. Siempre estaríamos con ella, con su enorme configuración, en el inmenso mundo todo-mente nada-alma en que se había convertido. Ella era la madre Tierra y nosotros éramos el fruto de esa Tierra, y si bien nos había tragado, no nos podría digerir jamás. No podíamos morir. Lo habíamos intentado. Habíamos tratado de suicidarnos, oh sí, uno o dos de nosotros lo habíamos intentado. Pero AM nos lo había impedido. Creo que en realidad éramos nosotros mismos los que así lo queríamos.

   No pregunten por qué. Yo sí lo hice. No menos de un millón de veces por día. Tal vez podríamos llegar a deslizar una muerte sin que ella se diera cuenta. Inmortales sí, pero no indestructibles. Me percaté de eso cuando AM se retiró de mi mente y me permitió la exquisita desesperación de recuperar la consciencia, sintiendo todavía que las palabras del letrero de neón llenaban la totalidad de la sustancia gris de mi cerebro.

   Se retiró murmurando: "Al infierno contigo".

   Pero luego agregó alegremente: "Aunque ahí es donde están, ¿no es así?"

   El huracán había sido, indudable y precisamente, causado por un gran pájaro demente que agitaba sus inmensas alas.

   Habíamos estado viajando durante casi un mes, y AM abrió caminos que nos llevaron directamente bajo el polo Norte, donde nos torturó con las pesadillas de una horrible criatura destinada a atormentarnos. ¿Qué materiales había utilizado para crear una bestia así?

   ¿De dónde había obtenido el concepto? ¿Sería de sus conocimientos sobre todo lo que había existido en este planeta, que ahora infestaba y regía? ¿Había surgido de la mitología nórdica? Esta horrible águila, este devorador de carroña, este Roc, este Huergelmir. La criatura del viento. El huracán encarnado.

   Gigantesco. Las palabras para describirlo serían: monstruoso, grotesco, colosal, ciclópeo, atroz, indescriptible.

   Allí estaba, en un saliente sobre nosotros: el pájaro de los vientos que latía con su propia respiración irregular, su cuello de serpiente se arqueaba dirigiéndose a los lugares sombríos situados bajo el polo Norte, sosteniendo una cabeza tan grande como una mansión estilo Tudor, con un pico que se abría lentamente, como las fauces del más enorme cocodrilo que pudiera concebirse, sensualmente; bolsas de piel arrugada semi-ocultaban sus malvados ojos, muy azules y que parecían moverse con rapidez líquida; sus destellos eran fríos como un glaciar. Se movió una vez más y levantó sus enormes alas coloreadas por el sudor en un movimiento que fue como una convulsión. Luego se quedó inmóvil y se durmió. Espolones. Pico agudo. Garras. Hojas cortantes. Se durmió.

   AM apareció ante nosotros bajo el aspecto de una zarza ardiente y nos comunicó que si queríamos comer podíamos matar al pájaro de los huracanes. No había comido nada desde hacía mucho tiempo, pero a pesar de ello Gorrister se limitó a encogerse de hombros. Benny comenzó a temblar y a babear. Ellen lo abrazó.

- Ted, tengo hambre - dijo. Le sonreí. Estaba tratando de infundirle algo de seguridad, pero todo era tan falso como la bravata de Nimdok.

- ¡Danos armas! - pidió.

   La zarza ardiente desapareció y en su lugar vimos sobre una fría plataforma dos simples juegos de arcos y flechas y una pistola de juguete que disparaba agua. Levanté uno de los arcos. No servía para nada.

   Nimdok tragó saliva ruidosamente. Nos volvimos y comenzamos a desandar el largo camino de vuelta. El pájaro de los huracanes nos había arrastrado tan largo trecho que no podíamos casi concebirlo. La mayor parte del tiempo habíamos estado inconscientes. Pero no habíamos comido nada. Un mes viajando con el pájaro. Sin comida. ¿Cuánto tardaríamos en llegar a las cavernas de hielo, en las que se hallaban las prometidas provisiones enlatadas?

   Ninguno se preocupó por esto. No íbamos a morir. Se nos darían desperdicios y porquerías para que nos alimentásemos, algo, en definitiva. O tal vez no se nos diera nada. AM mantendría vivos nuestros cuerpos de alguna forma, con indecible dolor y agonía. El pájaro seguía durmiendo, sin que nos importara cuánto tiempo se mantendría así. Cuando AM se cansara de la situación, desaparecería. Pero toda esa cantidad de carne. Esa tierna y jugosa carne.

   Mientras caminábamos escuchamos la risa lunática de una mujer obesa, atronando y rodeándonos, resonando en las cámaras de la computadora que llevaban a un infinito de corredores.

   No era la risa de Ellen. Ella no era gorda y no había oído su risa en ciento nueve años. De hecho, creo que no la había oído nunca... caminábamos... tenía mucha hambre...

   Nos movíamos lentamente. Muy a menudo uno de nosotros sufría un desmayo y los demás teníamos que aguardar. Un día decidió provocar un temblor de tierra mientras nos obligaba a permanecer en el mismo sitio, haciendo que gruesos clavos sujetaran la suela de nuestros zapatos. Ellen y Nimdok fueron atrapados en una grieta, que se abrió rápida como un relámpago entre las plataformas que formaban el suelo. Desaparecieron. Cuando el terremoto cesó, continuamos nuestro camino Benny, Gorrister y yo. Ellen y Nimdok nos fueron devueltos más tarde esa noche, que repentinamente se tornó en día cuando una legión celeste los trajo hasta nosotros, mientras un coro angelical cantaba "Desciende Moisés". Los arcángeles describieron varios vuelos circulares y luego dejaron caer los cuerpos maltrechos de nuestros compañeros. Nos mantuvimos a la espera y después de un rato Ellen y Nimdok se hallaban detrás de nosotros. No estaban demasiado mal.

   Pero ahora Ellen caminaba renqueando. AM le había dejado esa incapacidad.

   El viaje a las cavernas, en pos de la comida enlatada, era muy largo. Ellen no hacia más que hablar de cerezas y de cócteles hawaianos de fruta. Yo trataba de no pensar en esas cosas. El hambre se había corporeizado, tal y como había sucedido con AM. Estaba vivo en mi vientre, así como AM estaba viva en el vientre de la Tierra. AM no quería que se nos escapara la semejanza. Por lo tanto, intensificó nuestra hambre. No encuentro forma de describir los sufrimientos que nos provocaba la falta de alimentos desde hacía tantos meses. Sin embargo, nos seguía manteniendo vivos. Nuestros estómagos eran calderas de ácido burbujeante y espumoso que lanzaban punzadas atroces. Era el dolor de las úlceras terminales, del cáncer terminal, de la paresia terminal. Era un dolor sin limites...

   Y pasamos por la caverna de las ratas.

   Y pasamos por el sendero de las aguas hirvientes.

   Y pasamos por la tierra de los ciegos.

   Y pasamos por la ciénaga de las angustias.

   Y pasamos por el valle de las lágrimas.

   Y finalmente llegamos a las cavernas de hielo.

   Millas y millas de extensión sin horizonte, en donde el hielo se había formado en relámpagos azules y plateados, lugar habitado por novas de hielo. Había estalactitas que caían desde lo alto, espesas y gloriosas como diamantes, formadas a partir de una masa blanda como gelatina que luego se solidificaba en eternas y graciosas formas de pulida y aguda perfección.

   Vimos entonces la provisión de alimentos enlatados, y procuramos correr hacia allí. Caímos en la nieve, nos levantamos y tratamos de seguir adelante, mientras Benny nos empujaba para llegar primero a las latas. Las acarició, las mordió inútilmente, sin poder abrirlas. AM no nos había proporcionado ninguna herramienta con qué hacerlo.

   Benny tomó una lata grande de melocotones y comenzó a golpearla contra un trozo de hielo. Éste se deshizo en pedazos que se desparramaron, pero la lata apenas si se abolló, mientras oíamos la risa de la mujer gorda que sonaba sobre nuestras cabezas y se reproducía con el eco por debajo, debajo, debajo de la tundra. Benny se volvió loco de rabia. Comenzó a tirar las latas hacia uno y otro lado, mientras nosotros escarbábamos frenéticamente en la nieve y el hielo, tratando de hallar una forma de poner fin a la interminable agonía de la frustración. No había manera de lograrlo.

   Luego vimos que Benny babeaba una vez más, y se abalanzó sobre Gorrister... En ese instante, sentí una terrible calma.

   Rodeado por las blancas extensiones, por el hambre, rodeado por todo menos por la muerte, comprendí que éste era el único modo de escapar. AM nos había mantenido vivos, pero existía una forma de vencerla. No sería una victoria completa, pero al menos significaría la paz. Estaba dispuesto a conformarme con esto.

   Benny estaba mordiendo y comiendo la carne de la cara de Gorrister. Éste, tumbado sobre un costado, manoteaba en la nieve, mientras Benny, con sus poderosas piernas de mono, rodeaba la cintura de Gorrister, sujetando la cabeza de su víctima con manos poderosas como las de una morsa. Su boca desgarraba la tierna piel de la mejilla de Gorrister. Gorrister gritaba tan violentamente que comenzaron a caer las estalactitas de lo alto, hundiéndose bien erguidas en la nieve que las recibía. Puntas de lanza, cientos de ellas, hundiéndose en la nieve. Vi que la cabeza de Benny se movía rápidamente hacia atrás, al ceder la resistencia de algo que arrancaba con los dientes. De ellos colgaba un trozo de carne blanca tinto en sangre.

   La cara de Ellen parecía negra en la blanca nieve, dominó sobre polvo de tiza. Nimdok, inexpresivo, solamente permanecía con sus ojos muy, muy abiertos. Gorrister estaba casi desmayado. Benny era poco más que un animal. Sabía que AM lo iba a dejar jugar. Gorrister no moriría, pero Benny podría llenar su estómago. Me volví ligeramente hacia la derecha y tomé una gran punta de lanza de hielo.

   Todo sucedió en un instante.

   Llevé con fuerza el arma hacia delante, moviendo la mano cerca de mi muslo derecho. Benny recibió la herida en el costado derecho, debajo de las costillas, y la punta llegó hasta su estómago, quebrándose dentro de su cuerpo. Cayó hacia adelante y no se movió más. Gorrister se hallaba tendido de espaldas. Moviéndome siempre, tomé otra punta de hielo y lo herí, atravesándole la garganta. Sus ojos se cerraron cuando sintió que el frío le penetraba. Ellen debió haberse dado cuenta de lo que yo quería hacer, incluso a pesar del terrible miedo que comenzó a sentir. Corrió hacia Nimdok llevando en la mano un trozo corto y agudo de hielo. Cuando él gritó, la fuerza del salto de Ellen al introducirle el hielo en la boca y la garganta hicieron el resto. Su cabeza dio un brusco salto, como si la hubieran clavado en la costra de nieve del suelo.

   Todo sucedió en un instante.

   Pareció entonces que el momento de silenciosa expectativa que siguió a esta escena hubiera durado una eternidad. Casi podía sentir la sorpresa de AM. Se le había privado de sus juguetes. Tres de ellos habían muerto, sin posibilidad de devolverlos a la vida. Podía mantenernos vivos gracias a su fuerza y a su talento, pero no era Dios. No podía lograr que volvieran a vivir.

   Ellen me miró. Sus facciones de ébano se destacaban en la nieve que nos rodeaba. En su actitud había una mezcla de miedo y súplica, en la forma en que comprendí que estaba lista y esperaba. Yo sabía que sólo tenía el tiempo de un latido del corazón antes de que AM nos detuviera.

   Al ser golpeada se inclinó hacia mi, sangrando por la boca. No pude leer su expresión, el dolor había sido demasiado intenso, había contorsionado su cara. Pero podría haber querido decir: gracias. Por favor, que así sea. 

   Han pasado algunos siglos, tal vez. No lo sé. AM se divirtió durante largo tiempo acelerando y retardando mi noción del paso de los años. Diré entonces la palabra ahora. Ahora. Me llevó diez meses decir ahora. No sé. Me parece que han pasado varios cientos de años.

   Estaba furiosa. No me dejó enterrarlos. No importa. De todas formas no había manera de cavar en las plataformas que forman el suelo. Secó la nieve. Hizo que fuera de noche. Rugió y provocó la aparición de langostas. De nada sirvió; siguieron muertos. La había vencido. Estaba furiosa. Yo había pensado que AM me odiaba antes. No sabía cuán equivocado estaba. Aquello no era ni siquiera una sombra del odio que extrajo de cada uno de sus circuitos impresos. Se aseguró de que sufriera eternamente y de que no me pudiera suicidar.

   Dejó intacta mi mente. Puedo soñar, puedo asombrarme, puedo lamentar. Los recuerdo a los cuatro. Desearía...

   Bueno, ya no importa. Sé que los salvé. Sé que los salvé de sufrir lo que ahora sufro, pero sin embargo no puedo olvidar su muerte. La cara de Ellen. No fue nada fácil. A veces deseo olvidarla. Pero ya nada importa.

   AM me ha alterado para quedarse tranquila, según creo. No quiere arriesgarse a que pueda correr hacia una de las computadoras y destrozarme el cráneo. O que pudiera contener el aliento hasta desmayarme. O degollarme con una lámina de metal enmohecido. Puedo verme en alguna superficie pulida, de modo que trataré de describir mi aspecto.

   Soy una gran masa gelatinosa. Redondeada, con suaves curvas, sin boca, con agujeros pestañeantes llenos de vapor donde antes se hallaban mis ojos. En el lugar en que tenía los brazos veo unos apéndices cortos y de aspecto gomoso. Unos bultos sin forma indican la posición aproximada de lo que fueron mis piernas. Cuando me muevo dejo un rastro húmedo. Sobre la superficie de mi cuerpo veo deslizarse unos parches de enfermizo, perverso color gris, como si surgiera una luz desde dentro.

   Desde afuera supongo que mi torpe aspecto, mi pobre trasladar, ha de dar la sensación de algo que jamás pudo haber sido humano. De un ser cuya apariencia es una caricatura tan ridícula del hombre que resulta aun más obscena por su vago parecido.

   Desde dentro, soledad. Aquí. Viviendo bajo tierra, bajo el mar, dentro de las entrañas de AM, a quien creamos porque nuestras horas se perdían tristemente, pensando, tal vez sin darnos cuenta, que ella sabría hacerlo mejor. Por lo menos ellos cuatro ya están a salvo.

   AM estará cada vez más furiosa al recordarlo. Esto me hace en cierto modo feliz. Y sin embargo... AM ha vencido, simplemente... se ha vengado...

   No tengo boca, y debo gritar.


FIN.