Bueno, pues ya estamos de regreso del auto-exilio voluntario al que me he sometido últimamente. Han sido un total de tres meses (desde finales de Mayo pasado) los que me he mantenido alejado de esta bitácora y de la actividad bloguera en general. Demasiado tiempo, quizá, el que esta página ha permanecido desatendida, pero hay ocasiones en que, como reza el tópico, "uno tiene que saber retroceder un paso para a continuación dar dos adelante". Con la llegada de Septiembre comienza la vuelta a la actividad generalizada, y aprovechando el renovado impulso propio de estas fechas regresan los posts a 'Hombre de Trapo'. No sé si voy a acordarme de cómo se hace esto, puesto que han sido muchas semanas sin escribir absolutamente nada y la inactividad pesa. Probablemente me cueste volver a publicar con la regularidad deseada, pero os prometo que voy a poner todo el empeño de mi parte. ¿Sabéis qué? Tengo que confesar que estoy algo nervioso, aunque cueste creerlo. Siento "mariposas en el estómago" frente al reto personal que supone la primera entrada del curso.
Y para abrir fuego, pienso que lo más apropiado es comenzar con un pequeño artículo de opinión, relacionado con el que sin duda ha sido el suceso internacional de mayor calado acaecido durante el tiempo que he estado ausente: el asedio por parte de Israel a la población palestina en la franja de Gaza. Creo desde el fondo de mi ser que no sólo es pertinente hacerlo, sino incluso necesario (al menos para mí), puesto que nadie con un mínimo de sensibilidad y humanidad ha podido permanecer indiferente frente a las terribles imágenes que los diarios y los informativos de televisión nos han mostrado de lo allí ocurrido. Esas imágenes encogen el corazón.
Es un hecho conocido por todos que el conflicto palestino-israelí no es un desencuentro reciente, sino más bien todo lo contrario. Décadas de enfrentamiento continuado han enquistado la situación hasta tal punto que muchos expertos en geopolítica internacional lo consideran una causa perdida, por irreconciliable. Un auténtico 'nudo gordiano' del que no se espera solución posible. Pero NUNCA, nunca hasta ahora el conflicto había alcanzado el grado de CRUELDAD con que el gobierno del estado de Israel ha reprimido a la población palestina en esta ocasión, ni siquiera en las dos Intifadas anteriores. El grado de ENSAÑAMIENTO ha alcanzado unas cotas tan altas que ha alertado y llamado negativamente la atención de la comunidad internacional.
Aunque a día de hoy los combates se encuentran en una fase de tregua más o menos estable, la situación no ha sido tan idílica durante las pasadas últimas semanas. Israel no ha tenido miramientos a la hora de bombardear a la población civil, considerándola como un mero 'daño colateral' en su lucha contra las milicias de Hamás y por destruir los túneles subterráneos desde los que el movimiento de resistencia islámico lanzaba sus proyectiles. El actual primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, declaró que 'su país llegaría todo lo lejos que fuese necesario para garantizar el objetivo de la seguridad nacional', aunque eso suponga la muerte de miles de inocentes. De hecho, el 90% de las bajas palestinas durante el conflicto han sido civiles, el 40% de ellos niños. El gobierno hebreo ha bombardeado hospitales y ambulancias, ha roto hasta en dos ocasiones las treguas humanitarias para atender a los heridos e incluso ha dado orden a sus francotiradores de disparar contra el personal sanitario mientras ejercía su profesión. Ni la Cruz Roja ni la Media Luna Roja se han librado de las balas.
Pero quizás los episodios que más indignación han provocado en el sentir colectivo han sido los bombardeos a dos colegios de la ONU repletos de niños, entre los que se produjeron numerosas víctimas. Unos hechos que provocaron la condena pública de alguien tan poco sospechoso como el Secretario General de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, que le llevaron a manifestar que Israel estaba cometiendo 'crímenes de guerra y de lesa humanidad' frente a los que tendrá que responder tarde o temprano.
Por otro lado, sería ingenuo pensar que la culpa del conflicto pertenece íntegramente a Israel. En una guerra, la responsabilidad se reparte de forma alícuota entre los bandos participantes, y es obvio que las facciones de Hamás tienen su porcentaje proporcional de culpabilidad. Israel acusa a Hamás de esconderse detrás de la población civil, a quien toma como 'escudos humanos'. Pero esos hechos no pueden servir de excusa para las acciones del estado hebreo. La existencia de Hamás es la coartada perfecta por parte de Israel para tratar a toda la población palestina en su conjunto como si fuesen terroristas, cuando la realidad es que son rehenes atrapados entre unos y otros. Israel está decidida a acabar con Hamás, aunque su fin suponga la muerte de todos los civiles palestinos, y eso es sencillamente inadmisible. Se supone que, en esta guerra, Israel representa el papel del estado democrático que respeta los derechos humanos. Ésa es la gran diferencia. La sangre de los inocentes mancha las manos de los gobernantes de Israel.
Como viene siendo habitual en los últimos tiempos, el gobierno israelí se ha defendido atacando, siguiendo el viejo adagio de 'si no estás conmigo, estás contra mí'. Frente a los manifiestos y peticiones de artistas e intelectuales de todo el mundo en los que se abogaba por un alto el fuego, la opinión pública hebrea ha contragolpeado victimizándose y tildándolos de ser antisemitas. Está visto que no hay nada como envolverse entre los pliegues del fantasma del antisemitismo para neutralizar las argumentaciones ajenas.
Y no hay nada más alejado de la realidad, ni más incierto. No se trata de antisemitismo. Está claro que el genocidio por el que tuvo que pasar el pueblo judío durante la Segunda Guerra Mundial es uno de los episodios más negros de la Historia de la Humanidad. Que una monstruosidad como el Holocausto pudiera tener lugar en suelo europeo es algo que, todavía a día de hoy, avergüenza a cualquier persona de bien. Los 6 millones de judíos exterminados pesan demasiado en la conciencia global como para no ser tenidos en cuenta.
Ahora bien, el padecer y sufrir en carnes propias el horror del Holocausto no es un cheque en blanco, ni otorga patente de corso al estado de Israel para hacer lo que se le antoje frente al mundo. El haber sufrido el papel de víctimas durante el Tercer Reich no les otorga ahora el derecho para ejercer el papel de verdugos con los palestinos. Precisamente ellos debieran saberlo mejor que nadie. Por eso no podemos consentir que desde Israel se acuse de antisemitas (o directamente nazis) a todos aquellos que defienden la causa palestina, porque eso es simplemente una falacia malintencionada. Una falacia que además se desmonta muy fácilmente, a tenor de la noticia que hemos conocido hace apenas una semana a través de la agencia Europa Press: los propios supervivientes judíos del Holocausto (así como sus descendientes) han firmado una carta en el New York Times en la que condenan "la masacre de palestinos en Gaza". Creo que no hay nada más que decir.
Cuando la opinión pública internacional reacciona tomando partido en favor de Palestina, en el fondo se trata de algo mucho más sencillo que el antisemitismo. Se trata de ponerse del lado del sufrimiento ajeno, de aquellos que padecen la injusticia y el sinsentido de la guerra. Ése es el deber ético de todos nosotros. En una guerra, es inevitable simpatizar con el más débil. Y en este caso no cabe duda de quién es el más débil. En los dos meses que dura la ofensiva han muerto más de 2.000 palestinos (como se ha mencionado arriba, casi todos civiles inocentes) mientras que por parte de Israel apenas han sufrido 30 bajas (todas ellas militares). Todas las muertes son igual de lamentables, independientemente del bando al que pertenezcan, pero está claro que una guerra en la que existe semejante desproporción entre los muertos de unos y otros no es una guerra: es una MATANZA. No existe otro nombre. Por algo el estado de Israel es en la actualidad la 4ª potencia militar del mundo (tan sólo por detrás de EE.UU., Rusia y China).
Todavía recuerdo el impacto profundo que me causó la publicación en España hace más de una década (en el año 2002, para ser exactos) de la novela gráfica 'Palestina: En la franja de Gaza', obra del periodista y autor de cómics norteamericano Joe Sacco, cuya lectura recomiendo encarecidamente a todo aquel que desee comprender algo mejor los orígenes y las auténticas ramificaciones del conflicto árabe-israelí. En aquella época yo sólo conocía a Joe Sacco de las historias breves sobre los tópicos del rock'n'roll publicadas en la tristemente desaparecida revista 'El Víbora', pero en cuanto vi que Planeta publicaba 'Palestina' dentro de la colección Trazado, me lancé de cabeza a por ella. Obra excepcional donde las haya, la novela recoge en forma de diario dibujado el viaje que el periodista realizó a Gaza y Cisjordania entre 1991 y 1992. Fuertemente influenciado por el estilo de dibujo del maestro del cómic underground Robert Crumb, en la obra Sacco contaba una anécdota que se quedó grabada a fuego en mi mente, en tanto que dicha anécdota puede elevarse a la categoría de símbolo de todo lo que va mal entre palestinos e israelíes.
Un padre de familia palestino al borde del llanto explicaba al periodista la sutil táctica que el ejército israelí empleaba como método de represión contra la población de la franja: obligabar a los agricultores palestinos a arrancar o talar sus olivos. A priori puede que nos parezca algo insignificante, una menudencia sin importancia, pero no lo es en absoluto. El olivo tiene una importancia tremenda en la cultura de todos los países del arco mediterráneo, como bien sabemos nosotros. Si además tenemos en cuenta el asfixiante embargo económico al que Israel tiene sometida a Palestina, y que además prohíben a los palestinos la posibilidad de trabajar en suelo israelí, entonces comprenderemos que el olivo supone en muchos casos la principal actividad económica y el auténtico 'modus vivendi' de este pueblo. Los palestinos utilizan el aceite en su alimentación y los excedentes son vendidos para adquirir bienes de consumo. Como dice el personaje en el cómic, "un buen olivo puede producir entre 20 y 30 litros de aceite al año, pero los olivos necesitan muchos años y cuidados para crecer, un mínimo de 6 o 7 años para hacerse fuertes". Los olivos son como hijos para los palestinos. Algunos de estos árboles son centenarios, por eso los soldados los sometían a la humillación de talarlos ellos mismos. Cuando Sacco le pregunta al anciano cómo se sintió al cortarlos, éste le responde que "lloraba, me sentía como si estuviera matando a mi hijo al cortarlos". En las páginas de arriba podéis leer vosotros mismos la mencionada anécdota. Durante la primera Intifada, los israelíes obligaron a los palestinos a arrancar más de 120.000 olivos 'por motivos de seguridad'. Pero la eliminación de los olivos supone algo más que la eliminación del futuro sustento económico de una nación. También es el símbolo del proceso gradual de desenraizamiento al que Israel ha sometido a Palestina, con el objetivo último de arrebatarles sus tierras y algo todavía más profundo: su pasado, sus propias señas de identidad como pueblo.
Mientras tanto, Israel sigue ejerciendo su 'terrorismo de estado' contra una población palestina que vive entre los escombros de lo que no hace mucho eran sus hogares. El grado de destrucción ha sido tal que se calcula que habrán de pasar al menos dos décadas para que las ciudades palestinas alcancen un nivel de vida similar al que tenían previamente a los bombardeos de los drones. Si existe un Dios, ojalá tenga piedad de un pueblo que ha sufrido y seguirá sufriendo tanto a lo largo de los próximos años. La paz aún es posible.
2 comentarios:
Me alegro que hayas vuelto, alguna vez me he preguntado si te pasaba algo, pues no recuerdo ver una nota de despedida, por lo que bienvenido otra vez (que te lo curras) y vaya temazo que has sacado!!!
Muchas gracias por tus palabras, Stewart, me alegra estar de vuelta. A veces uno se siente tan sobrecargado de trabajo que es bueno desconectar durante una buena temporada. Lo importante es regresar con ganas de nuevo.
¡Saludos!
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