El aforismo de Anacarsis sobre las leyes, publicado en el post anterior, no está colocado ahí de manera gratuita. ¿El motivo? Hoy he desayunado con la siguiente noticia, publicada en el diario El País: ‘Juzgan al cantautor Javier Krahe por un vídeo sobre cómo cocinar a un Cristo’. Y qué quieren ustedes que les diga: se me han caído los palos del sombrajo. Y se me ha agriado el café.
Javier Krahe es un artista excepcional, uno de mis cantautores favoritos por su fina ironía y sentido del humor, y cuya forma de cantar y actuar ha influido en muchos otros, como por ejemplo en el catalán Albert Plá, alumno aventajado del maestro.
La grabación a la que se alude fue realizada en 1977 (hace 35 años) y nunca fue concebida para su exhibición pública, sino dentro del ámbito doméstico. El problema se originó cuando parte de la grabación fue incluida sin conocimiento del propio autor en el documental de 2004 ‘Esta no es la vida privada de Javier Krahe’ que se incluyó en el disco homenaje ‘...Y todo es vanidad’. Posteriormente, parte del documental fue emitido por el programa de TV ‘Lo + Plus’ dentro de la campaña de promoción del disco. De ahí nace la denuncia del Centro Jurídico Tomás Moro contra Krahe por ‘atentado contra la sensibilidad religiosa’, por la que piden una condena que acarrearía una multa de 144.000 euros. Dinero del que carece el pobre autor, que se ha visto inmerso en todo este follón casi sin comerlo ni beberlo, 4 décadas después de la grabación por la que ahora se le acusa.
El Gran Wyoming, alias de José Miguel Monzón, amigo y productor del documental por el que hoy se juzga a Krahe, ya ha declarado con su característico sentido del humor que el artista debería ser condenado ‘a rezar 4 Ave Marías y 4 Padres Nuestros’ . Todo lo que no fuera eso sólo demostraría el ánimo de lucro del Centro Jurídico demandante.
Parece mentira a juzgar por la época en que vivimos, pero diríase que regresamos a los tiempos de la Santa Inquisición, en un proceso de involución imparable. Como dice el refrán: ‘todo lo viejo vuelve a ser nuevo’, y ahora parece triunfar esta retrógrada tendencia moralista, censora y represora, que nos azota como una maldición bíblica. Con la admisión a trámite de la demanda del Centro Jurídico contra Krahe y la posterior llegada a juicio, se ha sentado un precedente legal MUY PELIGROSO. Amparándose en el artículo 525 del Código Penal sobre la ‘Ofensa a los Sentimientos Religiosos’, a partir de ahora habrá barra libre para denunciar a todo aquel que no comulgue con las ideas de cualquier confesión religiosa y se atreva a expresarlo públicamente. Recordemos que dicho artículo nunca había sido aplicado en la historia de nuestra joven democracia, hasta hoy.
Precedente muy peligroso por un doble motivo: primero, por admitir como baremo para la denuncia algo tan subjetivo y tan poco evaluable científicamente como el ‘sentimiento de ofensa’. No ofende quien quiere, sino quien puede, y ya sabemos que hay gente que está deseosa de ‘sentirse ofendida’ por cualquier motivo, hasta por el más nimio. Más aún si pueden obtener un beneficio de ello. Y segundo: porque se está primando un derecho como el de la libertad de culto (que todo ciudadano tiene la posibilidad de ejercer O NO) sobre un derecho constitucional fundamental como es el de la LIBERTAD DE EXPRESIÓN. En un conflicto entre derechos siempre debe prevalecer el más básico de los mismos, y ése no es más que el de poder expresarnos libremente, sin miedo a cortapisas o a ser demandados por gente susceptible de sentirse ofendida por nuestras palabras. Todo lo que vaya en contra de esta dirección resultará en una progresiva TALIBANIZACIÓN de la sociedad, amordazada por el bozal de las creencias de unos pocos. Estaremos más cerca de ese pensamiento único, bienpensante y apolillado, políticamente correcto y con olor a naftalina que tanto parecen desear algunos.
Como muy bien ha expresado Miguel Tomás-Valiente en una carta abierta firmada por algunas de las personalidades artísticas más importantes de nuestro país, la Iglesia Católica está sujeta a crítica precisamente por su importancia e influencia en nuestra sociedad. La Iglesia no puede pretender tener patente de corso para criticar todo aquello que le parezca criticable y al mismo tiempo tener inmunidad ante la crítica ajena. Pero ya sabemos que hay instituciones que son alérgicas a esa palabra.
Y es que a nadie se le escapa que detrás del Centro Jurídico Tomás Moro está la Iglesia Católica, que de esta manera lanza un AVISO A NAVEGANTES: ‘esto es lo que pasa si te metes con nosotros’. Una manera de actuar, parapetada por terceros, que curiosamente no deja de recordar a la de otras instituciones patriarcales como la Mafia.
Una Iglesia que recordemos, está subvencionada por el Estado (con el dinero de todos los ciudadanos, ya sean creyentes, agnósticos o pertenecientes a otra religión), con el cual mantiene un desleal y continuo tira y afloja, intentando imponer sus creencias y moralidad a todo el conjunto de los ciudadanos. Una institución que se niega a pagar en tiempos de crisis el IBI a las arcas públicas de los numerosos bienes inmuebles no dedicados al culto o a actividades sociales que posee por todo el país, y que goza de innumerables prebendas y privilegios que se les niega a otras confesiones religiosas. La Iglesia se resiste a perder su poder e influencia en España, la que en tiempos preconstitucionales fuera conocida como la ‘reserva espiritual de Occidente’, por delante de la propia Italia.
Una institución con una gran capacidad de sentirse ofendida, pero que al parecer no tiene ningún problema para ofender a su vez a los colectivos de gays y lesbianas, a los que tacha de ‘enfermos y desviados’ cada vez que la Conferencia Episcopal tiene ocasión. Tal vez habría llegado el momento de que España dejase de ser un estado ‘aconfesional’ (de nombre, que no de facto) para pasar a ser definitivamente un estado laico, copiando el modelo francés. Una Francia a la cual ya ha dicho Javier Krahe está dispuesto a exiliarse en caso de salir condenado. Y no le culpo. Pero eso sería darles la mayor de las satisfacciones a esa gente que lo ha denunciado. ‘Que tengas juicios y los ganes’, dice la maldición gitana.
Personalmente, hace tiempo que dejé de tener fe en el sistema jurídico y judicial de este país. Casos sangrantes como el de la absolución de Camps en la Comunidad Valenciana, o la condena de inhabilitación a un juez del prestigio internacional de Baltasar Garzón después de la denuncia por prevaricación (tutelada y guiada por otro juez) del ultraderechista sindicato Manos Limpias (como en el caso del Centro Jurídico Tomás Moro, la voz de su amo). Casualmente, cuando Garzón había comenzado a investigar la financiación ilegal de los partidos políticos. ¿Qué curioso, verdad? Parece ser que había mucha gente dispuesta a quitárselo de en medio.
O el más reciente caso de Iñaki Urdangarín, que parece que ya tiene pactado declararse culpable a cambio de su libertad y devolver 4 millones de euros. Si ha robado 10 millones de las arcas públicas, el negocio todavía le sale redondo. Por no hablar de que todas las conexiones que parecían involucrar a su esposa la Infanta Cristina o al mismísimo rey Don Juan Carlos en los negocios turbios de su yerno han sido convenientemente eliminadas. Si tienen que condenar a alguien, que condenen a Iñaki, que por algo es de origen plebeyo.
Eso sí, todo el mundo tranquilo, que la justicia ya se encarga de empapelar a un pobre artista por algo que cometió hace 35 años y de lo que no hay precedente legal en 30 años de democracia. Que se vea que la ley actúa.
Ahora comprenderéis el por qué de la cita de Anacarsis, 600 años antes del nacimiento de Cristo. La Justicia nació corrupta desde el mismo momento de su gestación.
Pero aún puede Javier Krahe darse con un canto en los dientes. Si este hecho hubiese tenido lugar en la Edad Media, hubiera terminado ardiendo en la hoguera como un hereje. La misma hoguera a la que a muchos todavía le gustaría poder mandarlo y a la que, con inimitable ironía, dedicaba esta canción del mítico disco en directo ‘La Mandrágora’ (1981, junto a Joaquín Sabina y Alberto Pérez).
Es un asunto muy delicado
el de la pena capital,
porque además del condenado,
juega el gusto de cada cual.
Empalamiento, lapidamiento,
inmersión, crucifixión,
desuello, descuartizamiento,
todas son dignas de admiración.
Pero dejadme, ay, que yo prefiera
la hoguera, la hoguera, la hoguera.
La hoguera tiene qué sé yo
que sólo lo tiene la hoguera.
Sé que han probado su eficacia
los cartuchos del pelotón;
la guinda del tiro de gracia
es exclusiva del paredón.
La guillotina, por supuesto,
posee el chic de lo francés,
la cabeza que cae en el cesto,
ojos y lengua de través.
Pero dejadme, ay, que yo prefiera
la hoguera, la hoguera, la hoguera.
La hoguera tiene qué sé yo
que sólo lo tiene la hoguera.
No tengo elogios suficientes
para la cámara de gas,
que para grandes contingentes
ha demostrado ser el as.
Ni negaré que el balanceo
de la horca un hallazgo es,
ni lo que se estira el reo
cuando lo lastran por los pies.
Pero dejadme, ay, que yo prefiera
la hoguera, la hoguera, la hoguera.
La hoguera tiene qué sé yo
que sólo lo tiene la hoguera.
Sacudir con corriente alterna
reconozco que no está mal:
la silla eléctrica es moderna,
americana, funcional.
Y sé que iba de maravilla
nuestro castizo garrote vil
para ajustarle la golilla
al pescuezo más incivil.
Pero dejadme, ay, que yo prefiera
la hoguera, la hoguera, la hoguera.
La hoguera tiene qué sé yo
que sólo lo tiene la hoguera.
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