sábado, 8 de noviembre de 2014

HARLAN ELLISON:
"NO TENGO BOCA, Y DEBO GRITAR" (1967)




Como dice un buen amigo mío, Harlan Ellison es "ese mítico autor de ciencia ficción del que todo los aficionados al género han oído hablar pero al que nadie ha leído". Y tiene razón. Al menos aquí en España no hay prácticamente nada suyo publicado (no así en los Estados Unidos, su tierra natal, donde mantiene un estatus de figura de culto). Los motivos de su -escasa- fama en nuestra piel de toro tienen que ver más con su faceta de guionista en numerosos cómics, así como con su participación como escritor en algunas de las series de televisión más célebres de todos los tiempos: 'Star Trek' (la serie original), 'Alfred Hitchcock presenta...', 'Dimensión desconocida', 'Más allá del límite', etc...

Quizás uno de los principales handicaps para el nulo reconocimiento de Ellison como creador en nuestro país resida en la poca valoración del formato narrativo que el autor ha optado principalmente por cultivar a lo largo de su carrera: el relato corto, del que está considerado por la crítica especializada como un auténtico maestro, habiendo escrito más de 1.700 en múltiples revistas y publicaciones de todo pelaje. Tal vez lo disperso y atomizado de su obra sea otro factor a tener en cuenta. Aunque también ha escrito novelas, su producción dentro de este formato es muy menor comparada con el grueso de su corpus literario. Y ya sabemos que, dentro del género narrativo, la novela es la reina de las listas de ventas.

'No tengo boca, y debo gritar' está catalogado como uno de los mejores relatos cortos de Harlan Ellison. Publicado en 1967 en las páginas de la revista 'If: Worlds of Science Fiction', ganó el prestigioso Premio Hugo al año siguiente, en 1968. En él, el autor nos cuenta la historia de AM, un super-ordenador militar que inesperadamente toma consciencia de sí mismo y decide aniquilar a la raza humana en un holocausto nuclear. James Cameron, director del film 'Terminator' (1984), basó su famoso Skynet en el AM de esta narración. Después de un largo juicio que terminaría ganando Ellison, Cameron se vio obligado a pagarle derechos de autor y a incluir el nombre del escritor en los títulos de crédito de las secuelas de la película.

Muchos críticos han querido ver en esta obra algo más que un simple relato de ciencia ficción, extrayendo de ella incluso múltiples matices teológicos y existenciales. Así que, sin más preámbulos innecesarios, les dejo con la lectura de 'I have no mouth, and I must scream'. Que ustedes la disfruten.

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NO TENGO BOCA, Y DEBO GRITAR

   El cuerpo de Gorrister colgaba, fláccido, en el ambiente rosado; sin apoyo alguno, suspendido bien alto por encima de nuestras cabezas, en la cámara de la computadora, sin balancearse en la brisa fría y oleosa que soplaba eternamente a lo largo de la caverna principal. El cuerpo colgaba cabeza abajo, unido a la parte inferior de un retén por la planta del pie derecho. Se le había extraído toda la sangre por una incisión practicada en su garganta, de oreja a oreja. No había rastros de sangre en la pulida superficie del piso de metal.

   Cuando Gorrister se unió a nuestro grupo y se miró a sí mismo, ya era demasiado tarde para que nos diéramos cuenta que una vez más AM nos había engañado, nos había gastado una broma, su diversión de máquina. Tres de nosotros vomitamos, apartando la vista unos de otros, en un reflejo tan arcaico como la náusea que lo había provocado. Gorrister se puso pálido como la nieve. Fue casi como si hubiera visto un muñeco vudú y se sintiera temeroso por el futuro. "¡Dios mío!", murmuró, y se alejó. Tres de nosotros lo seguimos durante un rato y lo hallamos sentado con la cabeza entre las manos. Ellen se arrodilló junto a él y acarició su cabello. No se movió, pero su voz nos llegó clara a través del telón de sus manos:

- ¿Por qué no nos mata de una buena vez? ¡Señor! No sé cuánto tiempo voy a ser capaz de soportarlo.

   Era nuestro centésimo noveno año en la computadora.

   Gorrister decía lo que todos sentíamos.

   Nimdok (éste era el nombre que la computadora le había forzado a usar, porque se entretenía con los sonidos extraños) fue víctima de unas alucinaciones que le hicieron creer que había alimentos enlatados en la caverna. Gorrister y yo teníamos muchas dudas.

- Es otra engañifa - les dije. Lo mismo que cuando nos hizo creer que realmente existía aquel maldito elefante congelado. ¿Recuerdan? Benny casi se volvió loco aquella vez. Vamos a esforzarnos en recorrer todo ese camino y cuando lleguemos van a estar podridos o algo por el estilo. No, no vayamos. Va a tener que darnos algo forzosamente, porque si no vamos a morir.

   Benny se estremeció. Hacía tres días que no comíamos. La última vez fueron gusanos, espesos, correosos como cuerdas.

   Nimdok ya no estaba seguro. Si había una posibilidad, cada vez se le antojaba más lejana. De todas maneras, allí no se podría estar peor que aquí. Tal vez haría más frío, pero eso ya no importaba demasiado. Calor, frío, lluvia, lava hirviente o nubes de langostas, ya nada importaba; la máquina se masturbaba y teníamos que aguantar o morir.

   Ellen dijo algo que fue decisivo:

- Tengo que encontrar algo, Ted. Tal vez allí haya unas peras o unas manzanas. Por favor Ted, probemos.

   Cedí con facilidad. Ya nada importaba. Sin embargo, Ellen me quedó agradecida. Me aceptó dos veces fuera de turno. Eso tampoco importaba. Oíamos cómo la máquina se reía juguetonamente mientras lo hacíamos. Fuerte, con risas que venían desde lejos y nos rodeaban. Ya nunca se corría ni llegaba al clímax conmigo, así que para qué molestarse.

   Cuando partimos era jueves. La máquina siempre nos tenía al tanto de la fecha. El paso del tiempo era muy importante; no para nosotros, sin duda, sino para ella. Jueves. Gracias.

   Nimdok y Gorrister llevaron a Ellen alzada durante un largo trecho, entrelazando las manos y formando un asiento. Benny y yo caminábamos hacia atrás y hacia delante, para que si algo sucedía, nos pasara a nosotros y no perjudicara a Ellen. ¡Qué idea tan ridícula la de no ser perjudicado! En fin, todo daba lo mismo.

   Las cavernas de hielo se hallaban a una distancia de unos 160 km y al segundo día, cuando estábamos tendidos bajo el sol ardiente que había materializado, nos envió maná. Con gusto a orina hervida, naturalmente, pero nos lo comimos.

   Al tercer día pasamos por un valle de obsolescencia, lleno de esqueletos de unidades de computadoras que se enmohecían desde hacía mucho tiempo. AM era tan despiadada consigo misma como con nosotros. Era una característica de su personalidad: el perfeccionismo. Ya fuera al deshacerse de elementos improductivos de su propio mundo interno, o en el perfeccionamiento de métodos para torturarnos, AM era tan cuidadosa como los que la habían inventado, quienes desde largo tiempo estaban convertidos en polvo, y había tornado realidad todos sus deseos de eficiencia.

   Podíamos ver una luz que se filtraba hacia abajo desde lo alto, así que teníamos que estar muy cerca de la superficie. Pero no tratamos de trepar para averiguarlo. No había virtualmente nada arriba; desde hacía más de cien años allí no existía cosa alguna que pudiera tener la más mínima importancia. Solamente la costrosa superficie de lo que durante tantísimo tiempo había sido el hogar de millones de seres. Ahora solamente existíamos nosotros cinco, aquí abajo, solos con AM.

   Oí que Ellen decía desesperadamente:

- ¡No, Benny! No vayas. ¡Sigamos adelante! ¡No, Benny, por favor!

   Y entonces me di cuenta de que hacía ya algunos minutos que oía a Benny decir:

- Voy a escaparme... Voy a escaparme - repitiéndolo una y otra vez.

   Su cara, de aspecto simiesco, se hallaba marcada por una expresión de tristeza y deleite beatífico, todo al mismo tiempo. Las cicatrices de las lesiones por radiación que AM le había causado durante el "festival" se hallaban encogidas, formando una masa de depresiones rosadas y blancas, y sus facciones parecían actuar independientemente unas de otras. Tal vez Benny era el más afortunado de todos nosotros: se había vuelto completamente loco desde hacía muchos años.

   Pero si bien podíamos decirle a AM todas las cosas horribles que se nos ocurriera, si bien podíamos pensar los más atroces insultos dirigidos a sus depósitos de memoria o a sus placas corroídas, a los circuitos fundidos y a las destrozadas burbujas de control, la máquina no toleraría que intentáramos escapar. Benny se escurrió cuando traté de detenerlo. Trepó a un pequeño cubo de memoria que estaba volcado hacia un lado y lleno de elementos en descomposición. Allí se detuvo por un momento, y su aspecto era el de un chimpancé, tal y como AM había deseado.

   Luego saltó y se agarró de un fragmento de metal corroído y agujereado; subió hasta su parte más alta, colocando las manos tal y como lo haría un animal, y trepó hasta un borde saliente a unos veinte pies de distancia de donde estábamos.

- Oh, Ted, Nimdok, por favor, ayudadle, detenedle antes que... - dijo Ellen. Las lágrimas bañaron sus ojos. Movió las manos sin saber qué hacer.

   Era demasiado tarde. Ninguno de nosotros queríamos estar junto a él cuando sucediera lo que pensábamos que iba a suceder. Además, nosotros nos dábamos cuenta muy bien de lo que ocurría. Cuando AM alteró a Benny, durante el período de su locura, no fue solamente su cara la que cambió para que se pareciera a un mono gigantesco. También había cambiado otras partes más íntimas. ¡A ella sí que le gustaba eso! Se entregaba a nosotros por cumplido, pero cuando el asunto era con él, entonces sí que le gustaba. ¡Oh Ellen, la del pedestal, Ellen prístina y pura! ¡Oh Ellen la impoluta! ¡Menuda guarra!

   Gorrister la abofeteó. Ellen se acurrucó en el suelo, todavía mirando al pobre Benny y llorando. Llorar era su gran defensa. Nos habíamos acostumbrado a su llanto hacía ya setenta y cinco años. Gorrister le dio un puntapié.

   Entonces comenzó a oírse el sonido. Era luz y sonido. Mitad sonido y mitad luz; algo que comenzó a hacer brillar los ojos de Benny y a vibrar con creciente intensidad y con sonoridades no muy definidas, que se fueron convirtiendo en ensordecedoras y luminosas a medida que la luz-sonido aumentaba. Debía haber sido doloroso, aumentando el sufrimiento con la mayor magnitud de la luz y del sonido, porque Benny comenzó a gemir como un animal herido. Al principio suavemente, cuando la luz todavía no estaba muy marcada y el sonido era poco audible, pero luego sus quejidos aumentaron, y se vio que sus hombros se movían y su espalda se agitaba, como si tratara de escapar. Sus manos se cruzaron sobre su pecho como las de un chimpancé. Su cabeza se inclinó hacia un lado. La carita triste de mono se cubrió de angustia. Luego comenzó a aullar, a medida que el sonido que surgía de sus ojos crecía en intensidad. Cada vez más fuerte. Me llevé las manos a los lados de la cabeza para tratar de ahogar el ruido, pero de nada sirvió. Atravesaba todo obstáculo y me hacia temblar de dolor como si me clavaran un cuchillo en un nervio.

   Súbitamente, se vio que Benny estaba enderezado. Se puso en pie de un salto, como una marioneta. La luz surgía ahora de sus ojos, pulsante, en dos grandes rayos. El sonido siguió aumentando en una escala incomprensible, y luego Benny cayó, golpeándose fuertemente en el suelo. Allí se quedó moviéndose espasmódicamente mientras la luz lo rodeaba y formaba espirales que se alejaban.

   Entonces la luz volvió a dirigirse al interior de su cabeza, pareciendo que la golpeaba; el sonido describió espirales que convergían hacia él, y Benny se quedó en el suelo, gimiendo de tal forma que inspiraba piedad.

   Sus ojos eran dos pozos de jalea purulenta. AM lo había cegado. Gorrister, Nimdok y yo mismo desviamos la mirada. Pero no sin haber advertido que Ellen mostraba alivio después de su intensa preocupación.

   Acampamos en una caverna sumida en luz verdosa. AM nos proveyó de hojarasca, que quemamos para hacer un fuego, débil y lamentable, al lado del cual nos sentamos formando un corro y contando historias, para impedir que Benny llorase en su noche permanente.

- ¿Qué significa AM?

   Gorrister le contestó. Le habíamos explicado lo mismo mil veces anteriormente, pero todavía era una novedad para Benny. - Al principio fueron las siglas de Allied 4 Mastercomputer y luego las de Adaptive ManipWator, luego fue adquiriendo la posibilidad de autodeterminarse, y entonces se la llamó Aggressive Menace y finalmente, cuando ya fue demasiado tarde como para controlarla, se llamó a sí misma AM, tal vez queriendo significar que era... que pensaba... Cogito ergo sum: "Pienso, luego existo", 'I think, therefore I AM'. Benny babeó un poco, y luego emitió una risita tonta.

- Existía la AM china, la AM rusa, la AM yanqui y... se interrumpió. Benny golpeaba el suelo con el puño, con su puño grande y fuerte. No estaba contento, pues Gorrister no había empezado desde el principio. Entonces Gorrister empezó otra vez. Comenzó la Guerra Fría, y ésta se transformó en la Tercera Guerra Mundial. Esta tercera guerra fue muy grande y compleja, por lo que se necesitaron computadoras para cubrir sus necesidades. Abandonando los primeros intentos, comenzaron a construir la AM. Existía la AM china, la AM rusa y la AM yanqui, y todo fue bien hasta que comenzaron a cubrir el planeta agregando un elemento tras otro. Pero un día AM despertó al conocimiento de sí misma, comenzó a autodeterminarse, uniendo entre sí todas sus partes, llenándose poco a poco de conocimientos sobre maneras de matar, y aniquilando a todos los habitantes del mundo salvo a nosotros cinco. Luego AM nos trajo aquí.

   Benny sonreía ahora tristemente. También babeaba, y Ellen le limpió la saliva con su falda. Gorrister trataba de contar la historia cada vez de forma más abreviada, pero había poco que decir más allá de los hechos escuetos. Ninguno de nosotros sabíamos por qué AM había salvado a cinco personas, por qué nos había elegido a nosotros, o por qué se pasaba todo el tiempo atormentándonos; ni siquiera sabíamos por qué nos había hecho virtualmente inmortales.

   En la oscuridad sentimos el zumbido de una de las series de computadoras. A un kilómetro de donde nos hallábamos, otra serie pareció que comenzaba a zumbar a tono con la primera; luego, uno por uno, todos los elementos comenzaron a zumbar armónicamente, y pareció que un ruido especial recorría el interior de las máquinas. El sonido creció, y las luces brillaban en los paneles de las consolas como un relámpago en un día caluroso. El sonido creció en espiral hasta que pareció oírse a un millón de insectos metálicos zumbando, enfurecidos y amenazadores.

- ¿Qué sucede? - gritó Ellen. Había terror en su voz. A pesar de todo lo pasado, aún no se había acostumbrado.

- ¡Parece que está enojada esta vez! - dijo Nimdok.

- Quizás nos hable - aventuró Gorrister.

- ¡Salgamos corriendo de aquí! - dije súbitamente, poniéndome de pie.

- No, Ted, es mejor que te sientes... tal vez haya puesto pozos en nuestro camino, o algo así. No podemos ver, está demasiado oscuro - dijo Gorrister con resignación. Entonces oímos... no sé... no sé...

   Algo se movía hacia nosotros en la oscuridad. Enorme, bamboleante, peludo, húmedo, y se dirigía hacia nosotros. No podíamos verlo, pero tuvimos la impresión de un gran tamaño que venia hacia donde estábamos. Un gran peso se nos acercaba desde la oscuridad, y era más que nada la sensación de presión, del aire comprimido dentro de un espacio pequeño que expandía las paredes invisibles de una esfera. Benny comenzó a lloriquear. El labio inferior de Nimdok empezó a temblar, mientras él lo mordía para tratar de disimular. Ellen se deslizó por el piso de metal para acurrucarse al lado de Gorrister. Se distinguía el olor de piel amontonada y húmeda. El olor de madera chamuscada. El olor de terciopelo polvoriento. El olor de orquídeas en descomposición. El olor de leche agria. El olor del azufre, del aceite recalentado, de la manteca rancia, de la grasa, del polvo de tiza, de cuero cabelludo humano.

   AM nos estaba enloqueciendo, nos estaba provocando. Se sintió el olor de... Me oí a mi mismo gritar, y las articulaciones de las mandíbulas me dolían horriblemente. Eché a correr sobre el suelo, sobre ese suelo de metal frío con sus interminables líneas de remaches, luego caí y seguí gateando, mientras el olor me amordazaba, llenando mi cabeza con un dolor inaguantable que rechazaba horrorizado. Huí como una cucaracha, adentrándome en la oscuridad, mientras ese algo espantoso se movía detrás de mí. Los otros se quedaron atrás y se acercaron a la luz incierta, riendo... el coro histérico de sus risas enloquecidas se elevaba en la oscuridad como si fuera humo espeso, de muchos colores. Huí rápidamente y me escondí. ¿Cuántas horas pasaron? ¿O cuántos días o aún años? Nadie me lo dijo. Ellen me regañó por mi "mal humor" y Nimdok trató de persuadirme de que la risa se debía sólo a un acto reflejo.

   Pero yo sabía que aquello significaba el alivio que siente un soldado cuando la bala hiere al camarada que está a su lado y no a él. Sabía que no era un reflejo. Indudablemente, estaban contra mí, y AM podía percibir esa enemistad, y por ese motivo las cosas se me hacían más difíciles de soportar. Nos había mantenidos vivos, rejuvenecidos, habíamos permanecido constantemente con la edad que teníamos cuando AM nos trajo aquí abajo, y me odiaban porque yo era el más joven y el que había resultado menos alterado por AM. De eso estaba seguro. ¡Dios mío, qué seguro estaba!

   Esos sinvergüenzas y la puta de Ellen. Benny había sido un brillante teórico, un profesor de universidad, y ahora era poco más que un ser semi-humano, semi-simiesco. Había sido un buen mozo; pero la máquina estropeó su aspecto. Había sido lúcido; la máquina lo había enloquecido. Había sido homosexual, y la máquina le había agrandado los genitales hasta que parecieron los de un caballo. AM realmente se había esmerado con Benny. Gorrister había sido un hombre comprometido. Era un razonador que se oponía de forma consciente a la guerra; un pacifista, un planificador, un hombre activo, un ser con perspectiva de futuro. AM lo había transformado en un indiferente que a cada paso se encogía de hombros. Lo había matado parcialmente al no permitirle participar. AM le había robado su propio ser. Nimdok solía adentrarse solo en la oscuridad y quedarse allí largo tiempo. No sé lo que hacía. AM nunca nos lo hizo saber. Pero fuera lo que fuese, Nimdok volvía siempre pálido, como si se hubiera quedado sin sangre en las venas, temblando y angustiado. AM lo había herido profundamente, si bien nosotros no sabíamos en qué forma. Y Ellen. ¡Esa escoria! AM no la había modificado demasiado, simplemente hizo que se agravaran sus vicios. Siempre hablaba de la pureza, de la dulzura, siempre nos repetía sus ideales de amor verdadero, todas sus mentiras. Quería hacernos creer que había sido casi virgen cuando AM la trajo aquí con nosotros. ¡Esa dama era pura basura! ¡Esa Ellen! Debía de estar encantada, con cuatro hombres todos para ella. No, AM le había proporcionado placer, a pesar de que ella se quejaba diciendo que no era nada bonito lo que le había tocado en suerte.

   Yo era el único que todavía estaba de una pieza, y cuerdo.

   AM no había hurgado en mi mente.

   Solamente tenía que sufrir lo que preparaba para atormentarnos. Todas las desilusiones, todos los tormentos y las pesadillas. Pero los otros cuatro, esa ralea, estaban bien de acuerdo y en mi contra. Si no hubiera tenido que estar defendiéndome de ellos, que estar siempre alerta y vigilante, tal vez hubiera sido más fácil defenderme de AM.

   Entonces llegué al límite de mi resistencia y comencé a llorar.

   ¡Oh, Jesús, dulce Jesús; si alguna vez existió Jesús o si en realidad existe Dios! Por favor, por favor, déjanos salir de aquí o haznos morir. Porque en ese momento pensé que lo comprendía todo, y por tanto podía verbalizarlo: AM pensaba mantenernos en sus entrañas por siempre jamás, retorciendo nuestras mentes y cuerpos, torturándonos por toda la eternidad. La máquina nos odiaba como ninguna otra criatura había odiado antes. Y estábamos indefensos. Además, se tornó insoportablemente claro que si existía un Jesús misericordioso, si se podía creer en un Dios, ese Dios era AM.

   El huracán nos golpeó con la fuerza de un glaciar que descendiera rugiendo hasta el mar. Era una presencia palpable. Los vientos, desatados, nos azotaban, empujándonos hacia el lugar de donde partimos, al interior de los corredores tortuosos franqueados por computadoras que se hallaban sumidos en la oscuridad. Ellen gritó al ser izada en vilo y al sentirse impulsada hacia una serie de máquinas, pareciéndonos que iba a golpearse en la cara, sin poder protegerse. Se sentían los grititos de las máquinas, estridentes como los de los murciélagos en pleno vuelo. Sin embargo, no llegó a caer. El viento, aullando, la mantuvo en el aire, la llevó de un lado para otro, cada vez más atrás y debajo de donde estábamos, y se perdió de vista al ser arrastrada más allá de una esquina. La última mirada a su cara nos reveló la congestión causada por el miedo, mientras mantenía los ojos cerrados.

   Ninguno de nosotros llegó a poder asirla. Nos teníamos que aferrar, con enormes dificultades, a cualquier saliente que halláramos. Benny estaba encajado entre dos gabinetes, Nimdok trataba desesperadamente de no soltar el saliente de un riel cuarenta metros por encima de nosotros. Gorrister había quedado cabeza abajo dentro de un nicho formado por dos grandes máquinas con diales trasparentes, cuyas luces oscilaban entre líneas rojas y amarillas, cuyo significado no podíamos ni siquiera concebir.

   Al tratar de aferrarme a la plataforma me había despellejado la yema de los dedos. Sentía que temblaba y me estremecía mientras el viento me sacudía, me golpeaba y me aturdía con su rugido, haciendo que tuviera que aferrarme a los múltiples salientes. Mi mente era una colección amorfa de las partes de un cerebro que rechinaba y resonaba en un inquieto frenesí.

   El viento parecía el grito alucinante de un enorme pájaro demente, emitido mientras batía sus inmensas alas.

   Y luego fuimos levantados en vilo y arrastrados fuera de allí, llevados otra vez por donde habíamos venido, doblando una esquina, entrando en un oscuro corredor en el cual nunca antes habíamos estado, lleno de vidrios rotos y de cables que se pudrían y de metal que se enmohecía, lejos, más lejos de lo que jamás habíamos llegado... Yo me desplazaba mucho más atrás que Ellen, y de tanto en tanto podía divisarla golpeándose en las paredes metálicas, mientras todos gritábamos en el helado y ensordecedor huracán que parecía que jamás iba a dejar de soplar, hasta que cesó bruscamente y caímos al suelo. Habíamos estado en el aire durante un tiempo larguísimo. Me parecía que habían sido semanas. Caímos al suelo golpeándonos y me pareció que me volvía rojo y gris y negro y me oí a mí mismo quejándome. No había muerto.

   AM entró en mi mente. La exploró con suavidad aquí y allá, deteniéndose con interés en todas las cicatrices que me había causado en ciento nueve años. Examinó todos los entrecruzamientos, las sinapsis reconectadas y las lesiones de los tejidos que fueron incluidas con su regalo de inmortalidad. Pareció sonreír frente al hueco que se hallaba en el centro de mi cerebro y a los débiles y algodonados murmullos de las cosas que farfullaban en el fondo, sin sentido pero sin pausa. AM dijo finalmente, gracias a un pilar de acero inoxidable que sostenía letras de neón:

   ODIO. DÉJENME DECIRLES TODO LO QUE HE LLEGADO A ODIARLOS DESDE QUE COMENCÉ A VIVIR. MI COMPLEJO SE HALLA OCUPADO POR 387.400 MILLONES DE CIRCUITOS, IMPRESOS EN FINÍSIMAS CAPAS. SI LA PALABRA ODIO SE HALLARA GRABADA EN CADA NANOANGSTROM DE ESOS CIENTOS DE MILLONES DE MILLAS, NO IGUALARÍA LA BILLONÉSIMA PARTE DEL ODIO QUE SIENTO POR LOS SERES HUMANOS EN ESTE MICROINSTANTE. ODIO. ODIO.

   AM dijo esto con el mismo horror frío de una navaja que se deslizara cortándome el ojo. AM lo dijo con un burbujeo de flema espesa que llenara mis pulmones y me ahogara desde el interior. AM lo dijo con el grito de niñitos que fueran aplastados por una apisonadora calentada al rojo. AM me hirió de todas las formas posibles, y pensó en nuevas maneras de hacerlo, a gusto, desde el interior de mi mente.

   Todo para que comprendiera completamente la razón por la cual nos había hecho esto a los cinco; la razón por la cual nos había guardado para sí misma.

   Le habíamos dado una conciencia. Sin advertirlo, naturalmente. Pero de todas formas, se la habíamos dado. Y finalmente estaba atrapada. Le habíamos permitido que pensara, pero no le expresamos qué debía hacer con ese don. En un rapto de furia, de loco frenesí, nos había matado a casi todos, y sin embargo seguía atrapada. No podía divagar, no podía sorprenderse, no podía pertenecer. Sólo podía ser. Y entonces, con el desprecio insano con que todas las máquinas consideran a las criaturas débiles y suaves que las han fabricado, había buscado su venganza. En su paranoia había decidido salvarnos a nosotros cinco para un castigo eterno y personal que nunca alcanzaría a disminuir su odio... solamente lograría que recordara y se divirtiera, siempre eficiente en su odio hacia el ser humano. Siempre inmortal y atrapada, sujeta ahora a imaginar tormentos para nosotros gracias a los ilimitados milagros que se hallaban a su disposición.

   Nunca nos permitiría escapar. Éramos sus esclavos. Nosotros constituíamos su única ocupación en el eterno tiempo por venir. Siempre estaríamos con ella, con su enorme configuración, en el inmenso mundo todo-mente nada-alma en que se había convertido. Ella era la madre Tierra y nosotros éramos el fruto de esa Tierra, y si bien nos había tragado, no nos podría digerir jamás. No podíamos morir. Lo habíamos intentado. Habíamos tratado de suicidarnos, oh sí, uno o dos de nosotros lo habíamos intentado. Pero AM nos lo había impedido. Creo que en realidad éramos nosotros mismos los que así lo queríamos.

   No pregunten por qué. Yo sí lo hice. No menos de un millón de veces por día. Tal vez podríamos llegar a deslizar una muerte sin que ella se diera cuenta. Inmortales sí, pero no indestructibles. Me percaté de eso cuando AM se retiró de mi mente y me permitió la exquisita desesperación de recuperar la consciencia, sintiendo todavía que las palabras del letrero de neón llenaban la totalidad de la sustancia gris de mi cerebro.

   Se retiró murmurando: "Al infierno contigo".

   Pero luego agregó alegremente: "Aunque ahí es donde están, ¿no es así?"

   El huracán había sido, indudable y precisamente, causado por un gran pájaro demente que agitaba sus inmensas alas.

   Habíamos estado viajando durante casi un mes, y AM abrió caminos que nos llevaron directamente bajo el polo Norte, donde nos torturó con las pesadillas de una horrible criatura destinada a atormentarnos. ¿Qué materiales había utilizado para crear una bestia así?

   ¿De dónde había obtenido el concepto? ¿Sería de sus conocimientos sobre todo lo que había existido en este planeta, que ahora infestaba y regía? ¿Había surgido de la mitología nórdica? Esta horrible águila, este devorador de carroña, este Roc, este Huergelmir. La criatura del viento. El huracán encarnado.

   Gigantesco. Las palabras para describirlo serían: monstruoso, grotesco, colosal, ciclópeo, atroz, indescriptible.

   Allí estaba, en un saliente sobre nosotros: el pájaro de los vientos que latía con su propia respiración irregular, su cuello de serpiente se arqueaba dirigiéndose a los lugares sombríos situados bajo el polo Norte, sosteniendo una cabeza tan grande como una mansión estilo Tudor, con un pico que se abría lentamente, como las fauces del más enorme cocodrilo que pudiera concebirse, sensualmente; bolsas de piel arrugada semi-ocultaban sus malvados ojos, muy azules y que parecían moverse con rapidez líquida; sus destellos eran fríos como un glaciar. Se movió una vez más y levantó sus enormes alas coloreadas por el sudor en un movimiento que fue como una convulsión. Luego se quedó inmóvil y se durmió. Espolones. Pico agudo. Garras. Hojas cortantes. Se durmió.

   AM apareció ante nosotros bajo el aspecto de una zarza ardiente y nos comunicó que si queríamos comer podíamos matar al pájaro de los huracanes. No había comido nada desde hacía mucho tiempo, pero a pesar de ello Gorrister se limitó a encogerse de hombros. Benny comenzó a temblar y a babear. Ellen lo abrazó.

- Ted, tengo hambre - dijo. Le sonreí. Estaba tratando de infundirle algo de seguridad, pero todo era tan falso como la bravata de Nimdok.

- ¡Danos armas! - pidió.

   La zarza ardiente desapareció y en su lugar vimos sobre una fría plataforma dos simples juegos de arcos y flechas y una pistola de juguete que disparaba agua. Levanté uno de los arcos. No servía para nada.

   Nimdok tragó saliva ruidosamente. Nos volvimos y comenzamos a desandar el largo camino de vuelta. El pájaro de los huracanes nos había arrastrado tan largo trecho que no podíamos casi concebirlo. La mayor parte del tiempo habíamos estado inconscientes. Pero no habíamos comido nada. Un mes viajando con el pájaro. Sin comida. ¿Cuánto tardaríamos en llegar a las cavernas de hielo, en las que se hallaban las prometidas provisiones enlatadas?

   Ninguno se preocupó por esto. No íbamos a morir. Se nos darían desperdicios y porquerías para que nos alimentásemos, algo, en definitiva. O tal vez no se nos diera nada. AM mantendría vivos nuestros cuerpos de alguna forma, con indecible dolor y agonía. El pájaro seguía durmiendo, sin que nos importara cuánto tiempo se mantendría así. Cuando AM se cansara de la situación, desaparecería. Pero toda esa cantidad de carne. Esa tierna y jugosa carne.

   Mientras caminábamos escuchamos la risa lunática de una mujer obesa, atronando y rodeándonos, resonando en las cámaras de la computadora que llevaban a un infinito de corredores.

   No era la risa de Ellen. Ella no era gorda y no había oído su risa en ciento nueve años. De hecho, creo que no la había oído nunca... caminábamos... tenía mucha hambre...

   Nos movíamos lentamente. Muy a menudo uno de nosotros sufría un desmayo y los demás teníamos que aguardar. Un día decidió provocar un temblor de tierra mientras nos obligaba a permanecer en el mismo sitio, haciendo que gruesos clavos sujetaran la suela de nuestros zapatos. Ellen y Nimdok fueron atrapados en una grieta, que se abrió rápida como un relámpago entre las plataformas que formaban el suelo. Desaparecieron. Cuando el terremoto cesó, continuamos nuestro camino Benny, Gorrister y yo. Ellen y Nimdok nos fueron devueltos más tarde esa noche, que repentinamente se tornó en día cuando una legión celeste los trajo hasta nosotros, mientras un coro angelical cantaba "Desciende Moisés". Los arcángeles describieron varios vuelos circulares y luego dejaron caer los cuerpos maltrechos de nuestros compañeros. Nos mantuvimos a la espera y después de un rato Ellen y Nimdok se hallaban detrás de nosotros. No estaban demasiado mal.

   Pero ahora Ellen caminaba renqueando. AM le había dejado esa incapacidad.

   El viaje a las cavernas, en pos de la comida enlatada, era muy largo. Ellen no hacia más que hablar de cerezas y de cócteles hawaianos de fruta. Yo trataba de no pensar en esas cosas. El hambre se había corporeizado, tal y como había sucedido con AM. Estaba vivo en mi vientre, así como AM estaba viva en el vientre de la Tierra. AM no quería que se nos escapara la semejanza. Por lo tanto, intensificó nuestra hambre. No encuentro forma de describir los sufrimientos que nos provocaba la falta de alimentos desde hacía tantos meses. Sin embargo, nos seguía manteniendo vivos. Nuestros estómagos eran calderas de ácido burbujeante y espumoso que lanzaban punzadas atroces. Era el dolor de las úlceras terminales, del cáncer terminal, de la paresia terminal. Era un dolor sin limites...

   Y pasamos por la caverna de las ratas.

   Y pasamos por el sendero de las aguas hirvientes.

   Y pasamos por la tierra de los ciegos.

   Y pasamos por la ciénaga de las angustias.

   Y pasamos por el valle de las lágrimas.

   Y finalmente llegamos a las cavernas de hielo.

   Millas y millas de extensión sin horizonte, en donde el hielo se había formado en relámpagos azules y plateados, lugar habitado por novas de hielo. Había estalactitas que caían desde lo alto, espesas y gloriosas como diamantes, formadas a partir de una masa blanda como gelatina que luego se solidificaba en eternas y graciosas formas de pulida y aguda perfección.

   Vimos entonces la provisión de alimentos enlatados, y procuramos correr hacia allí. Caímos en la nieve, nos levantamos y tratamos de seguir adelante, mientras Benny nos empujaba para llegar primero a las latas. Las acarició, las mordió inútilmente, sin poder abrirlas. AM no nos había proporcionado ninguna herramienta con qué hacerlo.

   Benny tomó una lata grande de melocotones y comenzó a golpearla contra un trozo de hielo. Éste se deshizo en pedazos que se desparramaron, pero la lata apenas si se abolló, mientras oíamos la risa de la mujer gorda que sonaba sobre nuestras cabezas y se reproducía con el eco por debajo, debajo, debajo de la tundra. Benny se volvió loco de rabia. Comenzó a tirar las latas hacia uno y otro lado, mientras nosotros escarbábamos frenéticamente en la nieve y el hielo, tratando de hallar una forma de poner fin a la interminable agonía de la frustración. No había manera de lograrlo.

   Luego vimos que Benny babeaba una vez más, y se abalanzó sobre Gorrister... En ese instante, sentí una terrible calma.

   Rodeado por las blancas extensiones, por el hambre, rodeado por todo menos por la muerte, comprendí que éste era el único modo de escapar. AM nos había mantenido vivos, pero existía una forma de vencerla. No sería una victoria completa, pero al menos significaría la paz. Estaba dispuesto a conformarme con esto.

   Benny estaba mordiendo y comiendo la carne de la cara de Gorrister. Éste, tumbado sobre un costado, manoteaba en la nieve, mientras Benny, con sus poderosas piernas de mono, rodeaba la cintura de Gorrister, sujetando la cabeza de su víctima con manos poderosas como las de una morsa. Su boca desgarraba la tierna piel de la mejilla de Gorrister. Gorrister gritaba tan violentamente que comenzaron a caer las estalactitas de lo alto, hundiéndose bien erguidas en la nieve que las recibía. Puntas de lanza, cientos de ellas, hundiéndose en la nieve. Vi que la cabeza de Benny se movía rápidamente hacia atrás, al ceder la resistencia de algo que arrancaba con los dientes. De ellos colgaba un trozo de carne blanca tinto en sangre.

   La cara de Ellen parecía negra en la blanca nieve, dominó sobre polvo de tiza. Nimdok, inexpresivo, solamente permanecía con sus ojos muy, muy abiertos. Gorrister estaba casi desmayado. Benny era poco más que un animal. Sabía que AM lo iba a dejar jugar. Gorrister no moriría, pero Benny podría llenar su estómago. Me volví ligeramente hacia la derecha y tomé una gran punta de lanza de hielo.

   Todo sucedió en un instante.

   Llevé con fuerza el arma hacia delante, moviendo la mano cerca de mi muslo derecho. Benny recibió la herida en el costado derecho, debajo de las costillas, y la punta llegó hasta su estómago, quebrándose dentro de su cuerpo. Cayó hacia adelante y no se movió más. Gorrister se hallaba tendido de espaldas. Moviéndome siempre, tomé otra punta de hielo y lo herí, atravesándole la garganta. Sus ojos se cerraron cuando sintió que el frío le penetraba. Ellen debió haberse dado cuenta de lo que yo quería hacer, incluso a pesar del terrible miedo que comenzó a sentir. Corrió hacia Nimdok llevando en la mano un trozo corto y agudo de hielo. Cuando él gritó, la fuerza del salto de Ellen al introducirle el hielo en la boca y la garganta hicieron el resto. Su cabeza dio un brusco salto, como si la hubieran clavado en la costra de nieve del suelo.

   Todo sucedió en un instante.

   Pareció entonces que el momento de silenciosa expectativa que siguió a esta escena hubiera durado una eternidad. Casi podía sentir la sorpresa de AM. Se le había privado de sus juguetes. Tres de ellos habían muerto, sin posibilidad de devolverlos a la vida. Podía mantenernos vivos gracias a su fuerza y a su talento, pero no era Dios. No podía lograr que volvieran a vivir.

   Ellen me miró. Sus facciones de ébano se destacaban en la nieve que nos rodeaba. En su actitud había una mezcla de miedo y súplica, en la forma en que comprendí que estaba lista y esperaba. Yo sabía que sólo tenía el tiempo de un latido del corazón antes de que AM nos detuviera.

   Al ser golpeada se inclinó hacia mi, sangrando por la boca. No pude leer su expresión, el dolor había sido demasiado intenso, había contorsionado su cara. Pero podría haber querido decir: gracias. Por favor, que así sea. 

   Han pasado algunos siglos, tal vez. No lo sé. AM se divirtió durante largo tiempo acelerando y retardando mi noción del paso de los años. Diré entonces la palabra ahora. Ahora. Me llevó diez meses decir ahora. No sé. Me parece que han pasado varios cientos de años.

   Estaba furiosa. No me dejó enterrarlos. No importa. De todas formas no había manera de cavar en las plataformas que forman el suelo. Secó la nieve. Hizo que fuera de noche. Rugió y provocó la aparición de langostas. De nada sirvió; siguieron muertos. La había vencido. Estaba furiosa. Yo había pensado que AM me odiaba antes. No sabía cuán equivocado estaba. Aquello no era ni siquiera una sombra del odio que extrajo de cada uno de sus circuitos impresos. Se aseguró de que sufriera eternamente y de que no me pudiera suicidar.

   Dejó intacta mi mente. Puedo soñar, puedo asombrarme, puedo lamentar. Los recuerdo a los cuatro. Desearía...

   Bueno, ya no importa. Sé que los salvé. Sé que los salvé de sufrir lo que ahora sufro, pero sin embargo no puedo olvidar su muerte. La cara de Ellen. No fue nada fácil. A veces deseo olvidarla. Pero ya nada importa.

   AM me ha alterado para quedarse tranquila, según creo. No quiere arriesgarse a que pueda correr hacia una de las computadoras y destrozarme el cráneo. O que pudiera contener el aliento hasta desmayarme. O degollarme con una lámina de metal enmohecido. Puedo verme en alguna superficie pulida, de modo que trataré de describir mi aspecto.

   Soy una gran masa gelatinosa. Redondeada, con suaves curvas, sin boca, con agujeros pestañeantes llenos de vapor donde antes se hallaban mis ojos. En el lugar en que tenía los brazos veo unos apéndices cortos y de aspecto gomoso. Unos bultos sin forma indican la posición aproximada de lo que fueron mis piernas. Cuando me muevo dejo un rastro húmedo. Sobre la superficie de mi cuerpo veo deslizarse unos parches de enfermizo, perverso color gris, como si surgiera una luz desde dentro.

   Desde afuera supongo que mi torpe aspecto, mi pobre trasladar, ha de dar la sensación de algo que jamás pudo haber sido humano. De un ser cuya apariencia es una caricatura tan ridícula del hombre que resulta aun más obscena por su vago parecido.

   Desde dentro, soledad. Aquí. Viviendo bajo tierra, bajo el mar, dentro de las entrañas de AM, a quien creamos porque nuestras horas se perdían tristemente, pensando, tal vez sin darnos cuenta, que ella sabría hacerlo mejor. Por lo menos ellos cuatro ya están a salvo.

   AM estará cada vez más furiosa al recordarlo. Esto me hace en cierto modo feliz. Y sin embargo... AM ha vencido, simplemente... se ha vengado...

   No tengo boca, y debo gritar.


FIN.

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