El director de cine Anthony 'Tony' Scott nos ha dejado: el Domingo 19 de Agosto decidió voluntariamente poner fin a su vida a los 68 años, arrojándose desde lo alto de un puente en la ciudad de Los Ángeles, California. Al parecer, los médicos le habían diagnosticado poco tiempo antes un tumor cerebral maligno, completamente inoperable. D.E.P.
Agosto negro éste, en el que en apenas 20 días han muerto también Rambaldi y Kubert, aunque por causas distintas a esta.
Más allá de lo trágico de la noticia, estuve todo el día de ayer pensando si publicar este post o no. El suicidio no es un asunto con el que se pueda frivolizar. Es un tema espinoso, con una gran cantidad de implicaciones éticas, morales, legales, sociológicas, filosóficas y espirituales. La mayoría de las religiones del mundo consideran el acto de quitarse la vida el peor atentado contra Dios que pueda cometer un ser humano. En muchas sociedades está considerado un auténtico tema tabú, quedando el suicida (y lo que es más importante, también sus familiares directos) completamente estigmatizados de por vida.
Cada cual, atendiendo a su educación o a sus creencias personales, tendrá una opinión distinta, más o menos favorable, sobre el suicidio. A título personal, desde aquí lo único que puedo expresar es RESPETO por la decisión personal tomada por el señor Scott. Está lejos de mi ánimo hacer apología de nada, pero creo que uno debería ser capaz de poder decidir sobre su propia vida y cuando y cómo ponerle fin. Especialmente en el caso de enfermedades terminales, en las que el único horizonte que aguarda al enfermo, auténtico muerto andante, son semanas o meses de intenso dolor y sufrimiento físico. Scott decidió ahorrarse ese mal trago, y yo lo respeto, por mucho que haya quien piense que el cáliz vital debe apurarse hasta la última gota. Tu vida, tu decisión.
Lo RESPETO, aunque no lo comparto. Creo que yo nunca sería capaz de reunir el valor necesario para llevar a cabo semejante acción. Claro que tampoco me he visto nunca en una situación tan desesperada (y espero no verme nunca) como para comprobarlo. Entonces, quizás, quien sabe...
No voy a entrar a debatir sobre la calidad como director de Tony Scott ni sobre la comercialidad de su obra, siempre a la sombra de la de su hermano Ridley, a veces injustamente. Lo único que voy a decir es que su ópera prima, 'El Ansia' (The Hunger, 1983), es una de las mejores películas jamás rodadas sobre el mito del vampirismo. También es mi película favorita de la filmografía de Scott. Protagonizada por Catherine Deneuve, Susan Sarandon y el cantante y actor David Bowie, es una magnífica revisión del tema de la vampiresa y sus implicaciones lésbicas, con la 'Carmilla' de Sheridan Le Fanu al frente.
Los vampiros, esos seres aferrados a la vida eterna, o a un simulacro de vida que no es más que muerte disfrazada.
A destacar la magnífica secuencia de apertura del film, con Peter Murphy, cantante del grupo gótico Bauhaus, entonando la letra de la canción que hiciera famosa a su banda, 'Bela Lugosi's Dead', con homenaje final a Hitchcock y el sumidero de la ducha de 'Psicosis' incluido. Si después de semejante introducción no te quedas enganchado a la película, es que no tienes sangre en las venas.
Sucesos como la muerte de Tony Scott nos enfrentan a la propia fragilidad y finitud del ser humano. El hombre no está diseñado para vivir para siempre. Por mucho amor a la vida que guarde, nada humano ama eternamente, como reza el cartel de la película 'El Ansia'.
Y como cantaba Freddie Mercury... 'Who wants to live forever?'
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