Edward Sheriff Curtis (1868-1952), el famoso retratista estadounidense, es conocido popularmente como ‘el fotógrafo de los indios’, puesto que pasó la mayor parte de su vida, a caballo entre dos siglos, inmortalizando los paisajes del oeste americano y los rostros y maneras de vivir de los pueblos nativos y las tribus indígenas del continente. Sus fotografías son conocidas en todo el mundo, y algunas han alcanzado el estatus de iconos culturales, sobrepasando la fama de su autor.
Autorretrato de Edward S. Curtis. |
Nacido en Wisconsin, Curtis abandonó la escuela a temprana edad y entró a trabajar como aprendiz de fotógrafo en un pequeño estudio de Minnesota. Poco después, ya con los conocimientos suficientes, se atrevió a construir su propia cámara y estableció un estudio fotográfico por cuenta propia. De personalidad aventurera, su primer retrato de un nativo americano tuvo lugar en 1895, y fue la hija de un jefe indio, la princesa Kickisomlo. Los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX se especializó en documentar la forma de vida de los indios, así como su lengua, su cultura, su religión, sus mitos, su folklore y en definitiva, toda su particular idiosincrasia. Su fama empezó a acrecentarse en aquellos años, ante la mirada curiosa del hombre blanco, que observaba con curiosidad y mirada perpleja las fotografías de aquellos salvajes, a los cuales había temido hasta hacía apenas un par de generaciones y que formaban parte de sus miedos atávicos. Por entonces los indios ya se encontraban segregados y arrinconados en reservas desde hacía años, pero aún no habían perdido sus señas de identidad raciales y espirituales. A tenor de aquellas fotos, la sociedad norteamericana de entre siglos pudo comprobar que los indios no eran aquellos monstruos despiadados y terribles que les habían vendido, sino que eran seres humanos despojados de sus tierras y de sus posesiones. Y es más, en franco peligro de desaparición, después de ser engullidos por los engranajes de una civilización superior y despiadada.
Tanto fue el renombre que sus fotografías le dieron que el magnate J. P. Morgan se decidió a financiar en 1906 la primera expedición fotográfica de Curtis. La intención de Curtis era la de documentar el estilo de vida indio antes de que desapareciera. Y vaya si lo hizo. De 1906 a 1930, Curtis realizó más de 30 expediciones fotográficas, cuyo fruto se plasmó en la obra magna ‘El Indio Norteamericano’ (The North American Indian), una colección de fotografías en 20 volúmenes, de publicación aproximadamente anual, con un total de más de 1500 imágenes. Durante ese tiempo, Curtis exploró la forma de vida de unas 80 tribus indígenas, de las cuales se demostró un auténtico experto a la hora de ganarse su confianza. Los indios le respetaban y confiaban en él, aceptándolo como uno de los suyos, y permitiéndole obtener testimonio gráfico de algunas de sus ceremonias más sagradas.
Primera página del primer volumen de 1907 de 'The North American Indian'. |
Las fotografías de Curtis, además de tener un indudable valor artístico, son un auténtico tesoro etnológico, sociológico y antropológico. Sus retratos poseen, además de una sensibilidad extraordinaria y una composición exquisita, un enorme valor científico. En palabras de Don Gulbrandsen, biógrafo de Curtis, 'los rostros de los indios nos miran fijamente con sus ojos oscuros, a través del tiempo y el espacio, inmortalizados para siempre en papel, desde una época antigua y lejana. Y a medida que observamos con detenimiento sus rostros, su humanidad se pone de manifiesto, vidas llenas de dignidad, pero también tristeza y pérdida, representantes de un mundo perdido que hace mucho que desapareció'.
Edward Curtis realizó cerca de 40.000 fotografías de indios a lo largo de su vida. Hoy en día, apenas se conservan 2.500 negativos. La razón de que se conserven tan pocos se debió a su divorcio. En 1919, el juez concedió a su ex-mujer Clara la titularidad del estudio fotográfico de Curtis y la posesión de todos los negativos de sus fotografías. Los negativos de aquella época no estaban hechos de celuloide, sino que eran placas de cristal sobre las que se aplicaba una capa de gelatina de plata. En un ataque de ira, Edward Curtis acudió a su archivo y prefirió destruir la práctica totalidad de las placas (la mayoría de ellas sin positivar) antes que entregárselas a su mujer. Una auténtica tragedia para las artes y las ciencias. La mayor parte de la obra de Curtis, a la que había consagrado su vida, se perdió aquel día.
Aún así, todavía podemos disfrutar de muchas de ellas, y perdernos en sus imágenes e inmensos paisajes virados al sepia (para ver las imágenes en un tamaño mayor que el que permite el visor de Blogger, clickad en la imagen con el botón derecho del ratón y pulsad ‘Abrir vínculo en una nueva pestaña’).
Otra cosa que podemos agradecer al descerebrado capilalismo anglosajon
ResponderEliminarke lastima, ke se perdieron otras fotos...para conocer, más esa hermosa cultura. Ojalá se vuelva a tener respeto por la madre naturaleza. Volvamos a las raíces ancestrales indias !!
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