Editorial: Miraguano Ediciones.
1ª Edición: Madrid, 01-05-1993.
Colección: La Cuna de Ulises nº 19.
Encuadernación: Rústica.
Dimensiones: De bolsillo (19x13 cm.).
Número de páginas: 144.
Ilustración de portada: Rafael Estrada.
Precio: 1.500 pesetas (9,02 €).
Sinopsis argumental: "En este libro se narra la historia de un muchacho inca y de su padre, un poderoso conquistador español. Y de un marañón enloquecido y su esclavo negro, dueños del mapa tatuado de la fabulosa Montaña del Trueno, donde cuentan que viven hombres con rostro de puma cuyos sacerdotes obran prodigios durante sus ofrendas al sol.
Una aventura fantástica en la que las leyendas y los mitos que impulsaron la Conquista de América se hacen reales, y el brillo del oro se entrecruza no sólo con el filo del acero sino también con el afán de conocimiento.
La historia como no fue. Pero como sin duda debería haber sido."
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"El Muchacho Inca" es una de las obras menos leídas y por tanto más desconocidas en la bibliografía del escritor y guionista gaditano Rafael Marín (1959), autor con el que sobran las presentaciones. Publicada en el año 1993 al albur de los fastos de la Conmemoración del Vº Centenario del descubrimiento de América, la lectura de esta novela corta (que no menor) ha supuesto una auténtica revelación para quien esto escribe, aupándose rápidamente a los primeros puestos en mi ranking personal de preferencias entre los libros de Marín (tan sólo por detrás de "La Leyenda del Navegante", su auténtica obra maestra, por más que otros títulos como "Lágrimas de Luz" o "Mundo de Dioses" tengan más fama). El hecho de haber sido publicada dentro de una colección de literatura juvenil sin duda no benefició la trayectoria editorial y comercial del libro, al que la etiqueta (o estigma, según se mire) de "libro para jóvenes" se le queda claramente pequeña. "El Muchacho Inca" (como "El Libro de la Selva", "Colmillo Blanco" o "Un Capitán de Quince Años") es literatura clásica de aventuras para todas las edades, y la sensibilidad y el cariz de algunos de los temas que aborda es a todas luces adulto.
Asombran el rigor y la profundidad con que el autor se documenta históricamente para escribir esta obra (como no podía ser de otra manera, tratándose también en parte de novela histórica). Multitud de datos y referencias trufan las páginas del libro, lo que sin duda hará las delicias de los amantes de la Historia de la Exploración de las Indias (como yo), aunque nunca sin llegar a agobiar al lector ni dificultar el seguimiento del argumento. Por ejemplo, ¿sabían ustedes que los incas, a pesar de haber sido artífices de un vasto imperio y estar muy avanzados en ciencias como la astronomía, desconocían el uso de la rueda?
La mitología también juega un papel importante en la trama, y Marín hace alarde de conocer en profundidad las leyendas y el panteón de deidades incaicas: Inti, Mamaquilla, Viracocha, Ayar Manco, Mama Ocllo, Illapa, Pachamama... (con la cristianización de las tribus indígenas, muchos de estos dioses pasaron a ser identificados con santos y vírgenes católicos gracias al sincretismo). Más sorprendente aún resulta el abundante uso que Marín hace de palabras y expresiones en quechua, la lengua amerindia que en tiempos de la colonización del Nuevo Mundo hablaban los habitantes de la región de Cuzco, y que en la actualidad sigue hablándose en zonas aisladas de Perú, Colombia, Ecuador, Bolivia o Chile. ¿Contaría el autor con alguien que le asesorara en esta lengua en el momento de escribir la novela?
El libro lega además para la posteridad uno de los personajes más memorables y carismáticos de la carrera literaria del novelista gaditano: el marañón Rodrigo Hernández de Zamora, soldado y aventurero olvidado por su rey y por su patria, hambriento y escuálido mercenario buscador de riquezas que en su miseria, hundimiento y locura simboliza el triste futuro que le aguardaba a ese Imperio Español en el que "jamás se ponía el sol".
Pero por encima de todo está el uso que el escritor hace de las palabras, la exuberancia poética del lenguaje. Rafael Marín es uno de esos literatos de los que gusta leer hasta la lista de la compra, por más que el propio autor intente en ocasiones rebajar conscientemente la pureza e intensidad de su literatura. Supone un auténtico placer degustar sus frases llenas de ritmo interno, de musicalidad. Los párrafos y las páginas se suceden suavemente, deslizándose sin darnos cuenta a través de ellas, sin esfuerzo alguno por parte del lector.
Si hubiera que ponerle un único pero a la novela sería que, en su último tercio, la historia da un viraje hacia la ciencia-ficción (en una muestra de la querencia del señor Marín por el género que se lo ha dado todo). No es que no se viera venir, pero en mi opinión este giro de tinte fantástico (inevitable pensar en la figura de Erich von Däniken) estropea un poco lo que hasta el momento venía siendo una novela de aventuras ejemplar. Cierto es que la obra resulta en sí misma un canto al mestizaje, pero no siempre el -ahora tan de moda- cruce de géneros termina siendo la mejor opción. El final de la novela dejaba la puerta abierta para que el narrador y personaje principal (el muchacho mestizo de ojos azules llamado Ancay por los incas, Diego por los españoles y finalmente Crisol) protagonizase toda una serie de secuelas literarias a poco que el éxito hubiese acompañado. Una auténtica lástima que no fuera así.
A pesar de lo ya mencionado, la novela supone un verdadero deleite, en el que no importa tanto el destino final a alcanzar como disfrutar del viaje. Ya lo dice en el libro el personaje del corregidor don Rafael de Estrada y Purullena, al explicar la leyenda del Santo Grial: "Más importante que el hallazgo es la búsqueda".
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