Siempre me ha gustado fotografiar lugares en ruinas, viejas casas o edificios abandonados, y la verdad es que no sé muy bien por qué. Quizás sea porque al registrar con mi cámara los restos decrépitos de sitios que otrora estuvieron llenos de vida (habitados por familias que rieron, jugaron, sufrieron y amaron en ellos) uno se da cuenta de la fugacidad de la existencia y del cruel paso del tiempo, y no puede dejar de preguntarse por aquellos que nos precedieron. No vamos a estar en este mundo eternamente, por desgracia, y debemos aprovechar al máximo el tiempo de que disponemos.
Las ciudades, en el fondo, son organismos vivos en constante evolución y desarrollo, que cambian, crecen y se organizan en función de las necesidades urbanísticas y de las fluctuaciones poblacionales internas, transformándose a un ritmo endiablado. Cuando se abandona un inmueble, el edificio muere en cierta manera, dejando un metafórico cadáver de hormigón y ladrillo, una carcasa vacía impregnada de vestigios, vivencias y recuerdos.
Con los años, la fotografía de edificios derruidos o abandonados se ha hecho muy popular en determinados sectores de la sociedad, atraídos por la innegable belleza de la decadencia y los escombros. En las últimas décadas se han constituido por todo el mundo multitud de grupos de aficionados que se dedican a buscar, fotografiar y exponer sus mejores piezas de casas y edificios, como si de trofeos de caza se tratasen (un buen ejemplo de esto es el blog "Cerrado por abandono", dedicado en exclusiva a esta peculiar modalidad fotográfica que cada día gana más adeptos).
Sólo un pequeño consejo para aquellos de vosotros que estéis pensando en introduciros por primera vez en la fotografía de inmuebles en ruinas: NUNCA VAYÁIS SOLOS, id siempre en GRUPO o acompañados de alguien. Yo mismo cometí ese error al principio. Primero, porque al tratarse de lugares abandonados, el riesgo de derrumbe del techo, el suelo o alguna pared es muy elevado, y si eso sucediera, necesitaríais de alguien que pudiera ir en busca de ayuda exterior. Y en segundo lugar porque, aunque parezca que los edificios estén deshabitados, en realidad no lo están. Muchos de ellos sirven de morada y refugio de personas sin techo, a las que no les hará mucha gracia que os metáis en su territorio sin permiso. De hecho, la fotografía que tenéis más arriba (tomada hace 15 años en Granada en un edificio que permaneció lustros abandonado frente a la explanada del Palacio de Congresos, donde ahora se levanta el lujoso Hotel Senator) formó parte de una sesión de fotos en la que me dieron el mayor susto de mi vida. Cuando entré no había nadie en su interior (me cercioré cuidadosamente de ello) pero al poco de permanecer allí regresaron los vagabundos que lo habían convertido en su hogar, pillándome dentro (y sólo) en una trampa sin escapatoria. Como os imaginaréis, no se lo tomaron demasiado bien. Tuve que salir corriendo (creo que nunca he corrido más rápido que aquel día) aunque aprendí muy bien la lección de entonces en adelante. NUNCA SE OS OCURRA IR SOLOS, por vuestro propio bien.
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