Eran las 3 de la mañana cuando el teléfono comenzó a sonar… Lentamente, empezó a incorporarse sobre la almohada, estirando un brazo somnoliento hasta coger el auricular situado en la mesita de noche, junto al cenicero repleto de colillas. ¿Quién podía llamar a esas horas? Fuera quien fuese, más le valía tener una razón importante para despertarla de aquella manera. Todavía bostezando y con los ojos llenos de sombras preguntó: ‘¿Diga?’ Durante unos breves segundos, el silencio fue la única respuesta que obtuvo. ‘¿Hola? ¿Quién llama?’- reiteró nerviosamente, con la boca llena de la saliva pastosa de quien acaba de despertar, todavía no recuperada de la resaca de la noche anterior. Entonces oyó un sonido débil al otro lado de la línea telefónica. Una respiración pesada, inconfundiblemente masculina. E inmediatamente lo supo, mientras un escalofrío de horror le recorría la espalda. Era él, no había duda. Después de tanto tiempo, por fin la había encontrado.
Con la celeridad de quien sabe que le va la vida en ello, saltó de la cama y se dirigió al armario en donde guardaba las maletas. No tenía un segundo que perder. Si la había telefoneado, eso significaba que había averiguado donde vivía. Mientras llenaba la maleta únicamente con lo imprescindible, sus ojos se llenaron de lágrimas, al tiempo que su mente se inundaba de recuerdos, retrocediendo varios años atrás, hasta la época en que había sido la prometida de uno de los gángsteres más peligrosos del medio Oeste. Siempre había sido demasiado hermosa para su propio bien, le había reprochado su propia madre más de una vez en el pasado. Los hombres se volvían locos por su belleza. Al principio de su relación con Mike, se había sentido alagada por que el hombre más poderoso e influyente de la ciudad se fijase en ella, pudiendo haber tenido a cualquiera. Pero pronto descubriría que el amor de Mike era como una lujosa jaula de oro, hermoso pero asfixiante. Sus celos enfermizos le habían llevado a cargarse a cualquiera que osara posar sus ojos en ella más de medio segundo, al tiempo que se volvía cada vez más paranoico. Veía engaños e infidelidades donde no había nada, salvo miradas cómplices y la natural disposición femenina para el coqueteo. El amor de Mike amenazaba con aplastarla, con destruirla despiadadamente si permanecía a su lado mucho más tiempo. Tuvo que huir, más como necesidad vital que como manifestación legítima de su anhelo de libertad. Pero antes de eso lo delató a la policía. Tenía que encarcelarlo. No podía arriesgarse a que la persiguiera, cosa que sin duda haría, porque si la atrapaba no se atrevía siquiera a pensar en las consecuencias que su huída le acarrearía. Así pues, hizo un pacto con el fiscal. Le proporcionó datos, nombres, fechas y pruebas con pelos y señales de los delitos de Mike, a cambio de entrar en el programa de protección de testigos y un buen pedazo de su fortuna, obtenida por medio del crimen. Lo último que supo de él a través de la prensa es que fue condenado por un tribunal a pasar 20 años en la cárcel.
Cerró la maleta al tiempo que se enjugaba las lágrimas y amartillaba el revólver. Ahora estaba en libertad, y sin duda había utilizado los restos del poder y la influencia que aún le quedaban para localizarla, ansioso por vengarse. No existen los funcionarios insobornables. De hecho, podía estar vigilándola en ese preciso momento, aguardando en el exterior de la casa, agazapado entre las sombras, esperando el momento preciso para abalanzarse sobre ella como un cazador sobre su presa. Abrió la puerta de la calle e inspeccionó el porche, pistola en mano, incapaz de controlar el temblor de sus miembros. En el silencio de la madrugada la oscuridad parecía aún más amenazadora. Tuvo que hacer acopio de todo el valor que pudo reunir para recorrer los escasos 3 metros que la separaban del coche que la aguardaba, aparcado en la acera. Colocó la maleta en el asiento delantero y a continuación comprobó los asientos traseros (en las películas de terror el asesino siempre estaba escondido en los asientos traseros). Con un suspiro de alivio, guardó el revolver en el salpicadero y giró la llave de contacto, iniciando una loca huída hacia el corazón de la noche. Otra fuga sin rumbo, como la media docena de cambios de identidad que había protagonizado en los 20 años anteriores. Siempre cambiando de domicilio, siempre mirando hacia atrás asustada. Perseguida por su pasado y sus propios remordimientos, que tantas veces había intentado ahogar en alcohol sin éxito. El peso de la traición resultaba en ocasiones tan enorme que la perspectiva de la muerte parecía cada vez más dulce. Una liberación en justo pago por todo el mal que había causado en vida.
En el interior de la casa, el teléfono permanecía descolgado en la mesilla de noche. Del otro lado de la línea, una voz de hombre con fuerte acento extranjero pronunciaba las siguientes palabras: ‘Perdón, me parece que me he equivocado de número’.
Bueno, con esta narración inauguramos la sección de microrrelatos, en un intento por abordar en el blog aspectos más creativos de mí mismo que los habituales posts que escribo normalmente. Serán relatos cortos, usualmente de género, de no más de un folio de extensión, encarados puramente como ejercicios de estilo. En esta ocasión se trata de una típica historia noir, con su femme fatale a juego (que Raymond Chandler y Mickey Spillane me perdonen). Espero que la disfrutéis.
ResponderEliminarEs curioso, pero es la primera vez desde no recuerdo cuándo (probablemente meses) en que dispongo de algo de tiempo para escribir tres entradas seguidas en el blog. Espero desliarme completamente en breves semanas. :)